domingo, 12 de abril de 2009

ESTRECHO

El sol cae recio y vigoroso sobre las oxidadas cubiertas donde espera el multicolor gentío para embarcar rumbo a Europa tras un mes de vacaciones. Carlos y Asalah llevan sus manos entrelazadas desde que comenzaron a hacer cola en el embarcadero del muelle de Tánger. No se miran, sus ojos se dirigen, desviados, a distintos puntos desconocidos del cielo, del horizonte, del mar o de la nada. La fila hace horas que no avanza, y el jolgorio de los primeros instantes se ha desvanecido bajo el asfixiante y húmedo calor de la ciudad, que unido al ruido de los coches y a las rachas de viento cargado de polvo en suspensión, hace que el tedio se adueñe de los hombre y mujeres que esperan, ya adormecidos.

Parece que hace siglos que se conocen, y que el destino les haya unido desde la cuna, como en el pueblo de Asalah, pero con un amor de por medio que parece volar ligero como el viento entre las dunas de un lado y otro del estrecho. Un vendedor tocado con un tarbouch rojo chillón de dudosa calidad corea mensajes comerciales incansable, atrayendo hacia su puesto ambulante a turistas incautos, que saldrán felices y contentos con sus compras obtenidas tras un regateo sibilinamente dirigido por el hábil vendedor.

¿Quiéres conocerlos? Tal vez estén en Zahara ...

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