jueves, 25 de junio de 2009

SOLEDAD INESPERADA

A lo largo de la semana disfruto de ocasionales tiempos muertos. Suelen ser impredecibles, y en algún caso, como el de ahora mismo, se acompañan de una curiosa soledad. Es una soledad que no depende de uno mismo, no la he elegido yo y parece que ella me ha elegido a mí.
Es una soledad agradable, lo confieso, placentera incluso. Será por lo limitada en el tiempo, porque a nadie le gusta estar solo, a nadie, aunque alguno lo pregone. Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces. Pero estar solo así, de vez en cuando, y sin esperarlo me parece un gustazo.
Aprovecho para pensar en cosas que tengo aparcadas, para escribir sobre pensamientos pasajeros, incluso para atender mi correo. La novela de turno no la he traído, así que tal vez eche una cabezada.
Una buena cabezada no la echa cualquiera. Es fundamental intentar no apoyar la cara sobre una superficie dura, ya que a su finalización nos delatará una vergonzante banda eritematosa en la región frontal. Recomiendo, si se está solo, adoptar la típica posición norteamericana, esto es, espalkda recostada, cabeza apoyada en el cabecero de la silla y piernas estiradas con pies encima de la mesa, estratégicamente colocados para no ensuciar. La única pega son los posibles ronquidos del solitario.
Otra actividad recomendable es meterse en el Live Maps para buscar lugares conocidos o diseñar itinerarios de vacaciones. Me gusta más que el Google Earth, sobre todo por la rapidez y comodidad. Para viajeros maquinadores como yo, es una buena alternativa.
No recomiendo llamar por teléfono ni flirtear con la recepcionista, ni otro tipo de actividades poco recomendables, esas quedan para las soledades planificadas y premeditadas. Esto es una soledad inesperada y como tal ha de ser considerada.
En mi caso acaba de terminar. Hasta otra.

lunes, 22 de junio de 2009

MANUAL D'AMORE

"Manuale d'amore" es una de esas películas catalogadas como "de chicas" en muchos ambientes. Si eso es así, será porque las chicas son más listas o más sensibles o les gusta más el cine que a los chicos. Bromas aparte, creo que esta película es maravillosa, y lo es por varios motivos.
Es divertida, tierna, crítica, irónica y muy italiana, es decir, histriónica y algo exagerada, pero si hablamos del amor, no podía ser de otra manera relata situaciones por las que pasan muchas parejas a lo largo de sus vidas.

Giovanni Veronesi, el director y guionista, nos plantea una historia de amor, describiéndolo en cuatro fases: "el enamoramiento", "la crisis", "la traición" y "el abandono". Son cuatro historias diferentes, por personajes diversos y narradas en un tono que hace que no tengan que ver nada una con la anterior.

Por lo graciosa y en parte autobiográfica (de mi propia biografía, quiero decir) me ha enganchado y hecho pasar un rato divertido la primera, con Tommaso (Silvio Muccino) enamorado de Giulia (Jasmine Trinca), que al principio pasa del él como de la m..., pero que gracias a una insistencia inasequible al desaliento, y de algo de suerte y ayuda de amigos, consigue salirse con la suya.

Tengas o no el corazón en la UVI, aunque si estás bien la disfrutarás aún más, esta película es un gustazo para los sentidos. Os la recomiendo.

viernes, 19 de junio de 2009

LOS REYES SÍ EXISTEN

Las lágrimas brotaban como cataratas saladas que dejaban un rastro grisáceo de pena y abandono por su rostro suave y redondo. “Los Reyes son los padres”, repetían a coro su hermano Miguel y los amigos de éste. Mientras tanto, Pedrito lloraba y lloraba sin cesar, tapándose los oídos casi con violencia, como intentando aislar su cuerpo de niño de ese mundo tan simple y sórdido que aquellos niños mayores le mostraban.
Los jardines de la urbanización en la que Pedrito vivía feliz bullían de carreras y gritos en las calurosas tardes de Junio, con la chiquillería ya de vacaciones. Las piscinas daban un respiro a la canícula que castigaba Madrid por esas fechas y servían además para aplacar la furia vacacional de los hijos de clase media de la periferia de la capital.
Pedrito tenía nueve años recién cumplidos. Era un niño alegre y espontáneo, algo tímido, nervioso en ocasiones. Pero sobre todo Pedrito era un cielo de niño, cariñoso con todos y siempre preocupado por que todos los que le rodeaban fueran siempre felices. Por ese motivo no podían comprender el motivo de aquella mofa, de aquella humillación y del regodeo de aquellos niños mayores ante su respuesta infantil de rabia e impotencia. Durante su corta vida la seguridad del mundo de los adultos le había hecho crecer con la tranquilidad de la confianza en sus padres, sus profesores, su hermano mayor. Ahora, su pequeño mundo parecía venirse abajo.
Sus padres trabajaban sin descanso y ese año habían decidido que los niños quedaran a cargo de una mucama durante las mañanas en la urbanización. Era el primer año que lo hacían así. Hasta ese momento era su madre la que renunciaba a trabajar durante el verano, época en la que Pedrito se afianzaba en su condición de rey de la casa. Su hermano Miguel, cuatro años mayor, salía de casa a las once de la mañana, recorría todos los rincones de los jardines y, exhausto, retornaba a la hora de comer, tras haber disfrutado de su ansiada libertad matutina de los meses estivales. Por su padre, Pedrito pasaba este año a la categoría de los “mayores”: se le permitía correr libre por las zonas comunes, bañarse solo, aunque con cierta vigilancia externa, no tenía que dar explicaciones sobre cada minuto de la mañana. Pedrito se sentía otro, menos bebe y más niño, todo un niño.
A cambio de esa libertad y la asunción de responsabilidades nuevas, como poner la mesa, ordenar su habitación o coger recados del teléfono, recibía mensajes y órdenes de los niños-jefes de la urbanización en las horas en las que los adultos trabajan. Los hermanos mayores, con la connivencia de las cuidadoras, campaban por sus respetos e imponían su ley implacables. Los pequeños, recién llegados, separados de los senos maternales y a veces opulentos de las niñeras de allende los mares, intentaban sobrevivir como podían. Formaban grupos de juegos, de niños, de niñas, de niños con niñas, con la intención inicial de pasar la mañana entretenidos, pero con la inconsciente de defender su integridad de los ataques de aquellos mayores que a veces abusaban de su posición de superioridad.
El coche teledirigido de Pedrito era rojo y precioso. Tras meses de práctica, con la llegada de la canícula, había aprendido a dirigirlo con maestría a través de los senderos solados que circundaban la piscina y los bloques de pisos de su urbanización. Como el vehículo era una especien de ranchera descubierta, del tipo pick-up, podía llevarse de paseo las muñecas de sus amigas. Además, y gracias a la tracción en las cuatro ruedas, se había lanzado a recorrer senderos más abruptos, llegando a adentrarse en ocasiones en el mundo verde de césped que crecía por todos los jardines. Su siguiente objetivo sería dar una vuelta alrededor de la piscina. En el fondo, el amor al riesgo y al peligro es inherente al ser humano. Da igual la edad, si algo puede ser más arriesgado, se hará de esa manera.
-Me lo han traído los Reyes este año, contestaba Pedrito orgulloso a sus pequeños amigos del vecindario, que lo miraban alucinados.
En la distancia, el grupo de niños mayores se regodeaba sólo con pensar el rato que iban a pasar a costa de aquel pequeñajo.
-¿Quién has dicho que te lo han traído?, le preguntó el más alto de ellos.
En sus ojos maliciosos brillaba la emoción del que va a ser hiriente con total premeditación y alevosía.
-Pues me lo ha traído Melchor, que es mi rey favorito. Se lo puse en la carta que vinieron a recoger al colegio y, como he sido muy bueno, me lo ha traído.
En el rostro de Pedrito resplandecía la alegría del reconocimiento por parte de un ser superior, desconocido y muy conocido a la vez, que le venía a decir, desde lo más hondo del corazón, que era bueno, que era querido y que siguiera así. Los Reyes Magos le habían dado un regalo, con el mismo altruismo con el que él hacía las cosas, para animarle a seguir por ese camino marcado firmemente por sus progenitores.
-Pero si los Reyes son los padres, pequeñajo, repetía Miguel, su hermano. ¿No lo sabías?. Son ellos los que cogen la carta y compran los regalos. Yo les he visto en casa envolviendo los regalos.
-No me lo creo, no me lo creo, lo decís porque sois malos. Vais a ir a papá y mamá. Tú el primero, Miguel, y los Reyes no te van a traer nada el año que viene, ya lo verás.
Mientras Pedrito seguía con su retahíla de pequeños exabruptos, las risas y chanzas de los mayores, su hermano incluido, aumentaban en intensidad. El corrillo se terminó cerrando, quedando Pedrito en el centro, con su pick-up rojo, defendiéndose como podía de la humillación. Tapaba sus oídos con fuerza, intentando atenuar los gritos que no paraban de atormentarle, aunque sin éxito, ya que el mensaje le había llegado con claridad: “Los Reyes son los padres”.
En ese momento el alboroto era ya mayúsculo, e hizo que varias cuidadoras decidieran acercarse para deshacer por fin el tumulto. Cual si de un grupo de trileros se tratara, el grupo de mayores se volatilizó al grito de “aire”, y Pedrito quedó en el suelo, abrazado a su pick-up, gimoteando. Gladys, su fiel mucama, se tomó la mano y lo llevó a casa, intentando consolarle por el camino. Pedrito no hablaba, sólo miraba al suelo y negaba con la cabeza, mientras repetía para sí: “Los Reyes sí existe, yo les he visto, y me traen cosas cada año”.
Ya en casa, Pedrito se sintió de repente agotado, en parte por el disgusto y en parte por la humillación de la que acababa de ser víctima. Gladys le dio un vaso de leche y, aunque todavía eran las doce de la mañana, el sueño le venció y cayó rendido en el sofá del salón, en el que sus padres jamás le permitían estar. Su cuidadora le cogió delicadamente en brazos y le llevó a su habitación infantil, donde continuó durmiendo hasta la hora de comer.
La siesta de Pedrito estuvo repleta de sueños, con niños malos, hadas buenas y Reyes Magos apareciendo y desapareciendo, hasta que, de repente, un tacto cálido y suave le rozó sus mejillas redondas y mullidas. Su madre acababa de llegar a casa y, enterada de lo ocurrido en el jardín, sin cambiarse siquiera, había acudido en auxilio de su pequeño, tras la preceptiva regañina al hermano mayor.
El beso de su madre, junto con el abrazo recibido a continuación, cerraron la caja de los truenos y eliminaron las dudas en su corazón. No fueron necesarias las palabras, con el contacto físico tuvo suficiente para saber que su madre jamás podría hacerle ningún mal, que siempre le querría y que los niños mayores estaban equivocados en cuanto a lo de los Reyes Magos. Sin embargo, la curiosidad le picaba en su interior. De repente, sintió la necesidad de preguntar y, cuando su madre estaba a punto de salir de la habitación, le espetó: ¿Mamá, los Reyes son los padres?
-¿Quién te ha contado eso, Pedrito?, preguntó su madre fingiéndose preocupada.
- Pues mira, los mayores la han tomado conmigo y me lo han dicho. Han sido
muy malos conmigo, porque además creo que es mentira. Dime la verdad, mamá.
Su madre no sabía muy bien que contestar ni donde meterse, así que decidió darse un respiro para pensar la respuesta, pues no quería hacer sufrir más a su pequeño, y tampoco quería darle falsas esperanzas ni engañarle durante más tiempo. Pensaba que tenía una edad suficiente para conocer la verdad, aunque creía que no era el momento más adecuado para entrar en el mundo adulto, sobre todo de una manera tan abrupta.
Pedrito cogió la mano de su mamá y fue con ella al salón, donde hablarían largo y tendido, con palabras dulces y tiernas, aunque exponiendo hechos que podrían hacer mella en el pequeño. La madre pensaba en su interior como poder hacer más llevadero aquello que tenía que explicar a su hijo. “Amor, esa es la clave”, pensó la madre mientras buscaba las palabras más adecuadas. Ambos entraron en el salón, cerraron la puerta y comenzaron a hablar de lo ocurrido.
Lo que hablaron ahí dentro, sólo ellos dos lo saben. Lo único que los demás sacaron en claro de aquella conversación es que Pedrito convirtió sus llantos en una sonrisa cómplice con su madre, que le transformó en un niño mayor feliz con un secreto en su interior que prometió solamente revelar a sus hijos, el día que los tuviera y hacerles transmitirlo, generación tras generación: “Los Reyes sí existen”

miércoles, 17 de junio de 2009

SANGRE

Sangre, néctar caliente,
batido espeso, que corres
líquido en las venas,
autopistas, intrincadas o lisas.

Sangre de vida, roja
de explosiones y latidos,
rítmicos, arrítmicos, vivos:
orgía de sordos caminos.

Te oxidas, libas del aire
tu combustible, puro,
ligero y etéreo.
Recorres así todo el cuerpo.

Recibes, ordenas y expulsas,
del interior un veneno
que en el aire se hará fruto
de los árboles y el suelo.

Sangre, transporte de mezquindades,
soporte de sentimientos,
espanto de las miradas
y signo de rojo y fuego.

Sangre, madre de la vida,
sangre, hija de la muerte.

lunes, 15 de junio de 2009

DISOCIACIÓN

Existe un término en Medicina llamado "disociación electromecánica". Para los no iniciados os diré que es algo gravísimo, que en muchos casos termina produciendo la muerte del paciente si no se pone remedio de inmediato, cosa que en ocasiones no resulta posible. Básicamente consiste en lo siguiente: el corazón es un músculo bastante especializado, que funciona sin parar, y sin que tengamos que ordenarle que lo haga, lo cual es francamente ventajoso para sobrevivir. El hecho de que funcione así radica en que existen una serie de estructuras internas que producen unas mini-corrientes eléctricas que hacen que las fibras musculares se muevan, es decir, que la parte mecánica funcione. Cuando, por cualquier causa, se produce una disociación entre estas dos vertientes del funcionamiento del corazón (eléctrica y mecánica), éste no funciona. Las órdenes eléctricas se transmiten, pero no llegan al elemento mecánico, no se bombea sangre y, de no ponerse remedio, el corazón se para y el individuo fallece.

La cuestión que me planteo en estos momentos, entre tanta calorina y sudores, casi saharianos, que sufrimos en la capital del reino, son las disociaciones que ocurren en nuestra vida cotidiana, menos dramáticas que la que ha servido de introducción, aunque muchas de ellas con trascendencia suficiente como para detenernos a pensar en ellas.

Lo que pensamos es una cosa y lo que hacemos es otra. Es la primera verdad verdadera. Muchas veces ocurre voluntariamente, aunque con frecuencia es parte de la inercia de nuestra vida cotidiana. Sobrevivir tiene bastante de esconderse de los depredadores que nos rodean. Por suerte, los leones ya no nos comen, pero la naturaleza es muy sabia y todavía nos quedan los recursos necesarios para escapar de aquellos que quieren devorarnos. En la actualidad, la alienación, la manipulación y la excesiva opresión de los poderes fácticos (desde las dictaduras, democracias engañosas, a los dueños del dinero, pasando por los falsos salvadores del pueblo oprimido, que tal vez sean los peores), han venido a sustituir a aquellos carnívoros de la era cuaternaria.

Lo que hacemos es una cosa, y lo que queremos hacer es otra. Los deseos muchas veces no se hacen realidad. El carpe diem cada vez se hace menos presente en nuestras vidas, aunque el establishment de la Aldea Global nos haga creer que sí. Hacer lo que queremos puede quedar bien en una primera lectura, aunque deje vacíos a la mayoría. Deberíamos aspirar más a un querer lo que hacemos, mucho más gratificante.

Y hablando de gratificaciones, eso es lo que perseguimos en nuestra rutina diaria. Muchas pequeñas gratificaciones dan más sentido a las obligaciones que se nos presentan, queramos a no. Sin embargo, cuando estos pequeños premios se ven acompañados de un gran premio final, la cosa cambia y se hace mucho más gratificante.

Y es que no hemos venido aquí a sufrir, sino a que nuestro tiempo sea grato. Grato, gratitud, proyección vital, todo va en el mismo sentido: yo, tú, él, nosotros, vosotros, ellos; conjuntos de individuos que, si quisieran y les dejaran, harían del mundo un lugar más grato. El problema es que no nos dejan, estamos tanto tiempo viendo la televisión, que no podemos salir a la calle, mirar al cielo y buscar el azul del mar en una mirada.

Y mientras tanto, mientras en Occidente nos miramos el ombligo, en el Sur la gente tiene lo junto, o menos. ¿Podremos algún día remediarlo? Sería la última gran disociación: unos pocos con muchos, que quieren ayudar a los que no tienen nada, aunque todavía no saben bien como hacerlo.

viernes, 12 de junio de 2009

EL BESO

No descubro nada nuevo cuando pienso en voz alta y digo que viajar nos da una perspectiva diferente de nuestro mundo, que nos ayuda a valorar con mayor claridad lo bueno y lo malo que nuestro entorno nos ofrece.
No me gustan los viajes organizados, prefiero documentarme por mi cuenta, buscar fuentes diversas, preguntar a conocidos, indagar por mi cuenta. Las visitas guiadas me generan en ocasiones desconfianza, aunque reconozco que a veces nos aportan conocimientos de gran interés.
Si viajamos por nuestra cuenta podremos ser capaces de captar matices que de otra manera nos pueden pasar inadvertidos.

"El beso", de Francesco Hayez




Francesco Hayez nació veneciano a finales del siglo XVIII y se convirtió en el máximo exponente del romanticismo histórico en la pintura italiana. Comenzó a pintar muy joven y el salto a la fama le llegó tras ganar un concurso de la Academia de Venecia, que le llevó a ser alumno de la Academia de San Luca, cerca de Roma. Se trasladó a la capital, donde pasó a ser discípulo de Canova. De allí tuvo que marchar inesperadamente tras una reyerta, parece ser con faldas de por medio. Se trasladó a Nápoles y de allí terminó sus andanzas en Milán, donde dirigió la Academia de Bellas Artes de Brera.
Es en este museo donde se encuentra este magnífico lienzo, en el que vemos a una pareja, en el interior de un castillo o palacio, besándose apasionados, furtivos, como si el enamorado, con atuendo de caballero romántico, estuviera siendo perseguido por enemigos ciertamente peligrosos. Nuestro héroe no teme al peligro, lo desafía y se presenta junto a su amada para darle un beso con el que sella su amor.
Visto en directo, el cuadro impresiona por su sencillez y por el contraste de sus colores, rojo en las piernas de él, azul celeste y brillante en el vestido de ella. Los rostro casi se aprecian, se encuentran escondidos en la maraña de labios que sellan su unión. La atmósfera es caballeresca, muy acorde con el sentir de la época romántica, en la que se exaltan valores tal vez hoy demasiado olvidados.
Cuando salgáis, entrad en los museos. Enseñan cosas que en la calle no se encuentran.

miércoles, 3 de junio de 2009

CHE GELIDA MANINA

Tiene las manos frías, pues el París de esa época estaba helado en invierno. No tenían dinero para encender la calefacción y llegar a plantearse quemar los escritos de uno de los habitantes del piso, Rodolfo.
Pero de repente, se queda solo y aparece Mimí, la vecina, de la que se enamora perdidamente.
Así de rápido y así de fácil. Pero las cosas no van a ser fáciles, ya sabéis como son las óperas.

Aunque el final sea terrible, ¿quien no quisiera tomar una gelida manina como la de Mimì y declarar su amor de esa manera tan dulce y apasionada?

martes, 2 de junio de 2009

LAS NOCHES Y LOS OSCAR

Me he pasado años enteros de mi vida viendo la tele y haciendo otras cosas a la vez, sobre todo estudiar. He estudiado BUP y COU, seis años de Medicina, incluso el examen MIR. He visto películas antiguas y modernas, me he tragado partidos de fútbol, baloncesto, los Juegos Olímpicos, incluso la entrega de los Oscar.
Me encantaba la entrega de los Oscar. Siempre era a altas horas, y me coincidía con exámenes. Más de uno y más de dos he preparado viendo la entrega de estos premios tan denostados en la piel de toro y tan deseados a la vez. Eran otros tiempos, los daban en abierto y en la Uno.
Los años han pasado y ya no veo los Oscar. Primero porque no puedo, ya el cuerpo no permite las alegrías de antaño. Segundo porque sólo veo películas y series grabadas y los partidos de fútbol (lo confieso, me los trago todos, nos los tragamos -mi churri incluida- todos). Tercero porque las pelis me parecen cada vez más mediocres. Debe ser que me estoy haciendo mayor, pues no veo motivo alguno para que no salgan obras maestras de vez en cuando. Igual ni me entero de que existen.
Volviendo a las noches de los Oscar, eran mágicas y muy especiales. Tenía quinielas, que hacía con mis amigos, especialmente con Lighthouse Keeper. Había visto todas las pelis candidatas y aguantaba hasta el final, allá por las seis de la mañana, oyendo la radio con Carlos Pumares y la tele a la vez. Al llegar la mañana daba la primicia a mis padres, que me miraban un poco alucinados.
Todo por mi amor al cine, a las películas que me han hecho lo que soy, que han influido en mi vida. Muchas las he visto pasados los años y me han seguido impresionando. Pero para impresiones, os citaré dos melodramas estupendos de los años cincuenta, que os recomiendo y que, en plena adolescencia, me causaron una honda impresión: "Al Este del Edén" (East of Eden) y "El árbol de la vida"(The Raintree county). Creo que volveré a visitarlas pronto, ahora que las noches son largas y calurosas y el sueño cuesta prender en nuestros cerebros cansados y ávidos de vacación, Toscana y playa.