martes, 29 de septiembre de 2009

MIS MOMENTOS MUSICALES Nº 8

Dentro mis descubrimientos derivados del proceso de italofilia en que me encuentro, tal vez el más impactante ha sido el de Luciano Lugabue. Por las Españas es un total desconocido, sólo al alcance de unos pocos iniciados, entre los que ya me encuentro.

Lo descubrí en una redada discográfica en un gran almacén del centro de Milán. Vi el concierto en l'Arena de Verona, lo escuché y me pareció muy bueno. Al llegar a España, sólo os puedo decir que recultó ser espectacular.

El cantautor en cuestión es un mito en su país, y no es para menos. Cumple todos los criterios de artista polifacético: escritor, cantante, cineasta. Para más datos, podéis consultar http://it.wikipedia.org/wiki/Luciano_Ligabue, y para disfrutar, os dejo una muestra de una de sus canciones. Sería una gozada coger la guitarra, sentarse ante un público entregado y cantar "Sono qui per l'amore ..."

martes, 22 de septiembre de 2009

LA CALLE MOJADA

Las gotas habían aumentado de tamaño, comenzaba a arreciar la lluvia. La tarde había comenzado dubitativa, pero el cielo parecía querer cambiar las tornas, después de una canícula abrasadora de dos meses interminables. Por eso y por otros motivos que tal vez más adelante desvele, decidí continuar con mi caminata, aun a riesgo de caer presa de los virus estacionales que se reproducían por doquier.

El aire estaba cambiando, lo llevaba haciendo ya desde muy temprano, nada más comenzar a clarear. Los animales lo notaban, con un canto alegre, transmitido de un modo diferente por la humedad del ambiente.

Los conductos de mi respiración parecían abrirse, dilatados por ese aire pasado por agua. Esta respiración facilitada, este intercambio gaseoso optimizado hizo que mi marcha se hiciera dinámica, por momentos agresiva, y mis pasos me llevaron a la esquina del gran puente de los suicidas. Menudo nombrecito el del puente, recuerdo de una época de caída trágicas de gentes desesperadas, truncadas por un ayuntamiento más sensible a la estética que a la ética.

Frente a mí se abría la calle grande de otros siglos, de carroza, caballo y abanico. Los coches, en teoría proscritos por estos lares, subían y bajaban ignorando los edificios y monumentos que dejaban a ambos lados de su camino, más pendientes de pasar el último semáforo en ámbar que de las maravillas que crecían en ambas aceras, sin prestar siquiera atención a aquellas rubias que se inmortalizaban mutuamente con pelo rubio, ombligo y minifalda, indumentaria más propia del calor irradiado por la piedra granítica de un Agosto en la villa y corte que de una tarde pre-otoñal como ésta.

Piedra a un lado y otro de la calle, también en el suelo, aunque ésta era nueva en los lado y sepultada por petróleo sólido en su parte central, ahogando el adoquín y la losa de otras épocas. Grupo de bicicletas, plegables de ciudad, montadas por esforzados turistas subían dificultosamente la mínima pendiente que llevaba al Sol, tratando de no ser arrollados por los constantes vehículos y de no caer por culpa del suelo resbaladizo, preludio de una estación distinta. Piedra recalentada por los meses de infierno de esta villa barroca aunque austera, que parecía revivir gracias a las manchas de humedad de sus esquinas.

Doblé definitivamente la esquina, una vez vencida la duda, en el fondo inexistente, de cual era el destino que me había traído a estos lugares históricos, tan llenos de recuerdos, de rescoldos de llantos, de sangre derramada, de besos furtivos al abrigo de una capa y una farola caroliana. Istituto Italiano di Cultura, Palacio de Abrantes, Torre de los Lujanes, Pavía...

Tal vez la historia más importante de mi vida.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

LA PLAZA MOJADA

La luna delantera de mi coche comenzó a llenarse de puntitas, durante muchos minutos separadas entre sí por centímetros de transparencia ligeramente velada por el polvillo que flotaba en la atmósfera de la ciudad desde hacía meses. Entré en el aparcamiento subterráneo cercano al palacio, despejado de coches particulares, ocupado en parte por dos solitarios autocares de turistas extranjeros.
Subí las escaleras que llevaban a la plaza y comencé a sentir aquel frescor, aquel olor, incluso aquel sabor. No había salido preparado de mi casa, tal vez por estar pensando en el partido de baloncesto de España o los asuntos idiomáticos que me traía entre manos. Llegué por fin a la salida del parking y las gotas de lluvia eran ya evidentes, aunque no impertinentes, al menos para mí. Eran sencillamente una gozada, una delicia, después de tantos meses.
Sin pensármelo dos veces, me encaminé al centro de la plaza, a disfrutar de las gotas, a mojarme cuerpo y alma, cerebro y corazón, para empezar el nuevo curso dejando que los secos poros de mi piel se abrieran a la humedad del ambiente. La piedra estaba ya mojada, y olía a lo que huele cuando se moja: a piedra mojada. Unos pocos turistas se guarecían bajo los grandes árboles que poblaban los alrededores desde siempre. Otros se hacían fotos bajo la lluvia como si nada hubiera pasado, no sé si conscientes de la escasa brillantez de sus instantáneas.
Hacía fresco, que no frío. Mis pies, todavía libres de calcetines, notaban la bajada de la temperatura, otoñal aunque el calendario no diga lo contrario. El abrigo que mi jersey me proporcionaba me envalentonó y decidí continuar bajo la lluvia, caminando hacia mi destino, dejándome embeber por las gotas que el cielo por fin nos enviaba, aunque no sepamos bien por cuanto tiempo ...

Lluvia, italiano, proyectos de futuro, el curso que empieza, juntos siempre, de nuevo el trabajo, tantas cosas que la lluvia, al menos en mí, estimula e impulsa.

Que siga lloviendo, por favor, que siga ...

viernes, 11 de septiembre de 2009

11-S


Lo recuerdo perfectamente, ese momento, el telediario de las tres en la 1, con Ana Blanco narrando lo que estaba pasando, fue hace sólo siete años, pero parece que ha pasado toda una vida, al menos es así como yo lo percibo.

Recuerdo la situación, en el salón de mi antigua casa, con nuestro hijo mayor (entonces sólo teníamos uno) jugando tras haber comido. Mirábamos con extrañeza las imágenes de las Torres Gemelas.

Luego fui a trabajar y me enteré de todo.

De todas las historias tremendas me quedo con la de aquel pintor gallego que estaba en la azotea de la torre sur y que vio el impacto en la norte. Pensó, como buen gallego, que podría pasar lo mismo en la torre en la que se encontraba, así que no se lo pensó dos veces y, mientras sus compañeros hacían fotos y llamaban por teléfono, bajó a toda prisa, andando, los cientos de escalones hasta el suelo.

Salvó la vida.

jueves, 10 de septiembre de 2009

SOLEDAD

Soledad, pobladora de multitudes,
multitud, poblada de soledades,
anticipo del Otoño,
foto robada de vacíos inciertos.

Silencios, fértiles y sentidos,
plenos de significados,
ausentes, indefinidos, tales
como mar en calma y tardía.

Soledad del Sol en la mar,
mar de Zahara ...

martes, 8 de septiembre de 2009

VERGÜENZA

Los salvajes disturbios de Pozuelo de Alarcón han dado la vuelta a España, tal vez la vuelta al mundo, y creo que estaremos de acuerdo en reconocer que debería caérsenos la cara de vergüenza a todos, más a unos que a otros.

Gentes más sesuda e ilustradas que yo han derrochado ríos de tinta analizando el tema. Esas gentes, todas ellas de los medios de comunicación, parecen escandalizadas por lo que ha ocurrido, buscan culpables, ofrecen soluciones, no dan crédito algunos a lo que se presenta ante sus ojos.

Creo que el problema es aun mayor que lo que parece. Es un problema consecuencia de la pérdida de valores de la sociedad actual, de la española en particular.

El Estado, confundido con el Gobierno de turno, se ve impotente a la hora de transmitir a sus ciudadanos, los más jóvenes en este caso, la importancia de cumplir las leyes, unas leyes que, supuestamente, todos aceptan y que son la base de una convivencia pacífica, que redundaría en un mayor bienestar y progreso del colectivo al que pertenecemos y, por ende, de cada uno de los individuos que lo formamos.

Y en ese punto es donde empieza a fallar el sistema que nos gobierna. El individuo no importa, no le importa a nadie, nadie se preocupa del bienestar del individuo, nadie le exige nada al individuo, a la persona, sólo se le invita a que sea el mismo, a que haga lo que le venga en gana en cada momento, a que sea "libre" (falsamente, claro, pues en el fondo está condicionado por un ente superior que le guía como parte de un rebaño). Esa libertad hedonista se acompaña de un sostenimiento económico del sistema que, a cambio de dinero, otorga comodidad, garantías ante las adversidades y tranquilidad ante lo que pueda venir, sin incentivar para nada al individuo (que no persona) a vencerlas por sí mismo, mediante su esfuerzo de cada día. No existe la planificación con vistas a un futuro mejor (para ejemplo, la política actual), sólo un ir pasando un día hasta llegar el siguiente disfrutando lo más posible.

Se cuestiona constantemente la autoridad de los padres, con el argumento de que no están formados ni capacitados para orientar a sus hijos sobre como andar por la vida y se nos dice que no tenemos derecho a inculcar a nuestro vástagos los valores que consideramos son los mejores para ellos, porque son los que mueven nuestra vida y asientan los pilares de nuestras familias (eso los que los tengan, claro).

Así, la educación en valores de cada casa es sustituida por el adoctrinamiento educativo y televisivo (ni siquiera se lo tienen que currar con lecturas subversivas, que implicaría un esfuerzo). Se trata de eliminar al máximo el ejercicio de la patria potestad con leyes que cortocircuitan la autoridad paterna, otorgada por el derecho natural (¿a quién le importa esto?).

Siguiendo con la argumentación, la autoridad del docente o profesor de toda vida, tanto en el colegio como en la Universidad (antes templo del saber) se ha dilapidado y eliminado de un modo que costará décadas de esfuerzo recuperar. En mis años mozos nos poníamos de pie en clase cuando entraba el profesor en clase, como señal de respeto ante la persona que va a transmitir sus conocimiento a un grupo de personas que, con los años, serán los encargados de, con su esfuerzo personal, hacer que el país mejore y crezca en todos los sentidos. Si el profesor es humillado y despreciado, ¿en qué se va a convertir?

Si los padres somos tan malos e inútiles, si no somos capaces, según el Estado (que se nutre con nuestros impuestos) de educar correctamente a nuestros hijos y si ese mismo Estado, con sus dirigentes a la cabeza, considera que es él el más capacitado para convertir nuestro país en una suerte de paraíso rousseauniano en el que todo el mundo es bueno y benéfico, por qué, cuando los síntomas de su fracaso son evidentes e imposibles de tapar y esconder, mira entonces a unos padres a los que retiró la autoridad, exigiéndoles que meta en cintura a esos vándalos a los que alimenta y sustenta en sus cómodas casas.

Es lo que yo entiendo por una aplicación de manual de la ley del embudo. Lo peor de todo será que los padres de esos hijos, alienados por el sistema, darán la razón a los hijos, que han cuestionado la máxima autoridad existente, aquella a la que se le permite el uso de la violencia para hacer cumplir la ley. Nunca hasta ahora el mensaje del pacifismo había cohabitado tan intensamente con una violencia tan feroz y tan jaleada.

El Estado es bueno como idea, pero no tiene derecho a alienar a sus dueños, nosotros, hasta tal punto de eliminarnos como personas. Somos estúpidos al permitir que esto ocurra, somos estúpidos al creer que siempre quiere nuestro bien. Ahora mismo lo único que quiere es perpetuarse y crecer a nuestra costa, eliminando la iniciativa privada, los proyectos de las personas, mientras se alimenta de nuestro esfuerzo. El Estado, con hechos como los del pasado fin de semana, debería pensar en dar una oportunidad a esos padres para poderles después exigir que hagan bien su trabajo, que están deseando poder hacerlo.

domingo, 6 de septiembre de 2009

SEPTEMBER


En la canción llovía, llovía y llovía. Frankie no paraba de cantar, el otoño aún no había llegado pero la lluvia golpeaba por momentos furiosa los cristales del balcón de mis habitación. Aquel fue el único verano en que tuve que estudiar para los exámenes de Septiembre. Sólo recuerdo que llovía, las tormentas vespertinas se repetían uno y otro día, como si intentaran que algo creciera en mi corazón de estudiante agobiado y angustiado por la dureza de los compromisos.




Demasiada presión para tan pocos años, tal vez demasiada responsabilidad, aunque sólo fuera para mí mismo. El año anterior había sido el año de pasar con todo raspando, bordeando el abismo del curso repetido (eran años duros aquellos los de la Autónoma), aunque las fiestas de los viernes por la noche ayudaban a ahogar las penas, siquiera en vasos de plástico llenos de alcohol de saldo.


Muchas noches de otros otoños, ya avanzado el curso, habían pasado regadas por la fina lluvia del Madrid de los noventa, cuando el botellón aun no existía, al menos como lo conocemos ahora. Los que ahora cumplimos cuarenta, peinamos canas y aclaramos coronilla con niños agarrados de los brazos gozábamos de la lluvia cayendo sobre nuestro pelo engominado y una chupa de cuero resistente que todo lo aguantaba. Dentro de los coches, muchos nuevos de niño rico, otros, como el mío, de segunda mano, las canciones cantadas sin miedo al desafine goberneban la noche, incluso cuando las gotas de lluvia arreciaban, y se hacían gordas, como lágrimas de niño.


Algunas tarden pasaban, de tertulia, animadas y de mus, siempre con amigos, pacharán y humo en las cantinas, sin restricciones modernas, sólo interrumpidas por las visitas de alguna que otra chica que, distraida, nos miraba y luego se marchaba para su acicalamiento y posterior quedada, a veces solitaria, a veces masiva.


Aquel verano lluvioso, de hace muchos años mi carrera dio un giro inesperado. Pasó de renqueante a segura, de tediosa a querida, de insegura a firme y decidida. Me paro a pensar en lo que soy ahora, en como he cambiado y recuerdo aquel verano. Veo ahora todo lo que aprensí con la lluvia de ese Septiembre en mi ventana, de como me dio un carácter que puede que antes no tuviera.

Fue duro para mí, pero me enseñó a afrontar las tormentas de la vida, al menos a afrontarlas. Me enseñó a mirar por la ventana por las mañanas, a escuchar la previsión del tiempo y a no salir de casa sin paraguas ni jersey, que no hay nada más tonto que mojarse y pasar frío pudiendo haberlo evitado.





P.S.: Si alguien encuentra la de Sinatra, por favor, que me pase el enlace.