domingo, 14 de abril de 2013



Suena algo anticuado pero a falta de video de Carlos Cano tampoco esta mal...

sábado, 13 de abril de 2013

Granada

Un experimento dentro de otro experimento. Eso es lo que comienzo a escribir.

Tres años. Parece como sí mis manos hubieran estado en una barrica de roble americano, en reserva. Suena pretencioso, pues más bien podría decir  que han estado en barbecho, en un barbecho rotatorio, dedicándose a otros menesteres.

¡Cuanto se ha quedado en el camino! ¡Cuanto de mi vida he dejado en la cuneta!

La vida parece a veces una travesía en el desierto, en la que tienes que desprenderte de enseres, útiles o no, para seguir adelante. Es difícil no sentirse a veces así, como siguiendo una ruta por el desierto, tratando de encontrar el rumbo guiñadores solamente por el brillo de las estrellas en la noche.
El vivir la vida, oh misterio, parece que en ocasiones solo pueda hacerse desprendiéndonos de lo que nos sobra, o de lo que podamos en un momento prescindir. Ligero de equipaje se viaja mejor, pero también con más incertidumbre, con menos garantía de superar lo que venga a cruzarse en nuestro camino.

La fuerza de la costumbre es lo que nos hace llevar adelante muchos proyectos. Reinventarnos  para tal vez ser nosotros mismos, lo mismos de siempre, pero nosotros de verdad, puede que sea el secreto para sacarle el meollo a la vida.

Esta página en blanco siempre me ha ayudado a hacerlo y quiero que siga siendo así. Quiero que vuelvan la poesía, la plaza mojada, el salón de la absenta, la música y más cosas. Esta es mi primera llamada desesperada para que vuelvan.
En tres años han cambiado mis convicciones, que no mis creencias, ni mis amores.

Todos hemos crecido, y sobre todo los niños, y yo en gran parte gracias a ellos. Son mi proyecto, y quiero que ellos me consideren también parte del mismo. Ahora duermen.

Mañana será otro día.



Baci

domingo, 30 de mayo de 2010

HOLA

Antes de nada quiero disculparme ante todos vosotros que lleváis tiempo esperando mis pequeñas aportaciones literario-vivenciales (no sé si más de lo segundo o de lo primero) en este humilde rincón del ciberespacio. He estado demasiado pasota, pero todos pasamos por etapas, ¿no?.
Justo comenzaba a escribir, de noche, por sorpresa, cuando he visto el último comentario de Lila a mi último post y he llegado a sentirme mal, por lo que pido de nuevo disculpas.

¿Y ahora de qué escribo? Mientras conducía esta tarde de vuelta de un viaje me lo preguntaba en mi interior. ¿De que se puede escribir después de medio año en "hibernación"?

¿De que se habla con un amigo con el que te encuentras después de años de separación , sin hablar, sin saber nada el uno del otro? Esa situación puede ser cortante, tensa e incluso terminar con un apretón de manos y un "hasta luego", pero sin que tenga lugar la palabra "luego", más que para querer decir que nunca habrá ningún "luego". Los que me conocéis sabéis que yo siempre vuelvo, como en este caso, para hablar con vosotros, de lo que sea.

¿De qué deben hablar dos amigos del alma cuando la vida les encuentra pasados los años? Con que hablen de la vida es suficiente. Si fueron amigos de verdad se preguntarán "como estás" y esperarán a escuchar la respuesta.

Mi reencuentro va a ser breve, pero os doy mi promesa (aun a riesgo de no cumplirla) de seguir al pie del teclado, de la pantalla y de lo que haga falta.

Mañana será otro día y, entre lección y lección de italiano o lo que sea, seguiré con vosotros.

jueves, 11 de febrero de 2010

TONTUNAS DEL CORAZÓN

Tontunas del corazón, llantos sordos que no cesan,
chocan frente a muros de ladrillo visto,
desgastados, renegridos, grises de mi ciudad.

Tontunas del corazón, risas de niños que lloran
pidiendo, clamando atenciones
en la tarde de los viernes, a unos padres agotados.

Tontunas del corazón, olvidos de cabezas blancas,
de ancianitas dulces, tiernas,
encerradas por el ruido, sordo de sus ausencias.

Tontunas del corazón, salas de espera repletas
de toses, dolores, miasmas y recetas,
de desgracias, ocultas, cubiertas y descubiertas.

Tontunas del corazón, soledad de la noche
de unos padres que esperan
el ruido de abrir y cerrar una puerta.

Tontunas del corazón, miedo de ser descubierto
por la amada, alma esquiva que no piensa ni sueña
con ser amada, quizás hoy, tal vez mañana ...

Tontunas del corazón, de una de esas dos Españas
a las que Machado llama, heladeras de las almas,
congeladas de rencores.

Tontunas del corazón, de un beso dado en la noche,
en los labios por mi amada
o la mejilla de un niño que llora y que luego descansa.

jueves, 14 de enero de 2010

SABOR A TIERRA

Sigo dándole vueltas al tema de las trufas. Confieso que mi primera impresión fue de un placer papilar difícil de explicar. No era un sabor claramente agradable, aunque sí que conectaba con unos receptores nerviosos que encendían áreas de mi cerebro gustativo que nunca habían sido estimuladas.
La primera impresión es la que cuenta, y fue embriagadora. Fue un platito de final láminas de trufa, sin cocinar, ligeramente recubiertas de aceite de oliva virgen extraído en frío. Una delicia.
La cena continuó y eso fue el origen del los males intestinales que siguieron horas después, en el frío de la madrugada, aunque considerando que fue un error mío y una escasa consideración por parte de la simpática camarera, no culparé a las trufas de esos males y aquellas angustias.
Volviendo sobre aquel platito inicial de trufas bañadas en oro líquido me parecen una recreación certera de los frutos más preciados de la tierra mediterránea: el oro líquido y el oro negro. Excelente combinación del trabajo del hombre que da un oro líquido y de la búsqueda de los tesoros más recónditos que dan unas láminas que saben a tierra. Pensándolo bien, creo que volveré a robar las trufas, aunque no de la opípara manera de mi estreno por tierras francesas.
¿Por qué me atrae el sabor de las trufas? ¿Por qué se pagan fortunas por ellas? ¿A qué sabe la tierra? ¿Por qué esa evocación de la tierra en forma de sabor me ha resultado tan atrayente?
La tierra nos entra por todos los sentidos, por los convencionales y por los que tenemos y desconocemos en donde se encuentran.
Caen unas gotas, las pistas forestales se van empapando ligeramente con el chispeo que precede a una tormenta de verano. Llueve con más fuerza y nos protegemos debajo del tejadillo de una casa de pueblo. Miramos como llueve mientras esperamos a que escampe. Deja de llover y comienza el olor a tierra mojada que dura el tiempo que tarda esa lluvia caída en la tierra en evaporarse.
Vemos Memorias de África y llega la escena de la avioneta con el Sol detrás y el marrón de la tierra africana impresiona nuestra retina. Los pelos se ponen de punta y todo el cuerpo se estremece solo de pensar como debe vivirse esa sensación en directo.
La gente que ha estado en la cuna del género humano, en el África más Subsahariana, donde el primer predecesor del hombre moderno decidió comenzar un viaje que le llevaría a las estrellas, habla de esas sensaciones. Algo hace estremecer hasta la última célula de su ser. Es una vuelta a los orígenes, una especie de deja vu genético difícil de explicar, y que sólo se puede sentir.
Polvo somos y en polvo nos hemos de convertir, de la tierra venimos y a ella volvemos. La teoría de Gaia parece algo desfasada aunque algo de verdad podría tener, y es que la Tierra, esta vez con mayúscula, no sólo es nuestra casa, somos parte de ella y ella parte de nosotros.

¿Será por eso que nos gustan las trufas?

sábado, 2 de enero de 2010

INGRID

La Navidad es preciosa, me encanta, y una de esas cositas buenas que tiene es que haces zapping y siempre te encuentras con Casablanca...

viernes, 1 de enero de 2010

DEL PORQUÉ DE QUE NOS GUSTEN LAS TRUFAS (O NO)

Lo que voy a contaros en las siguientes líneas es un pensamiento complejo y muy elaborado. Llevo reflexionando sobre ello desde hace más de un es y creo que estoy en condiciones de presentar por escrito mis pensamientos. Como algunos sabéis, una especie de viaje iniciático del comienzo de la cuarentena me ha llevado a tierras que jamás pensé recorrer. Venciendo una de mis fobias, reconozco que algo injusta, me decidí a recorrer los campos, ciudades y pueblos de la Provenza francesa. Superada mi fobia al idioma y a algunas características conocidas de sus habitantes, me metí de lleno en los restos romanos, los castillos-palacio de roca imponente de las ciudades papales de Avignon y alrededores.

Cada noche, en compañía de mi churri y unos amigos, unos en cuerpo y otros, por azares de la vida, en espíritu, nos dábamos homenajes gastronómicos a mayor gloria de los cuarenta años cumplidos. La gastronomía francesa hace honor a su fama, aunque no siempre. Algún pero quiero ponerles a nuestros vecinos del Norte, y es que da la impresión de que la costumbre de combinar sabores y texturas se convierte a veces en una pequeña obsesión, con resultados inciertos a veces en los estómagos de sus clientes. Creo que han dejado de lado los sabores puros y se han lanzado en demasía en brazos de la fusión y los contrastes. No creo que éstos últimos sean malos, antes al contrario, pero un exceso de celo en este sentido puede amargar la noche al paladar más exigente.

Gastronómicamente hablando, decir Otoño en Francia es decir trufas. La trufa es una hongo muy selecto y escaso que la tierra alberga en su interior, a la espera de que un olfato privilegiado la detecte y dé a luz. Tuber melanosporum la llaman en la familia de los hongos comestibles. Es la reina del mundo micótico, con un reinado que se basa en una efímera y fugaz aparición en las tierras mojadas de las orillas del Mediterráneo. Expertos sabuesos, adiestrados por codiciosos humanos, husmean el suelo de robledales hasta alcanzar el frenesí de la extenuación que supone hacerse con la mayor pieza, que hará rico a su propietario.

Los franceses suspiran por la llegada de la trufa y nosotros, viajeros curiosos, nos preguntábamos todas las noches sobre las virtudes y cualidades de ese producto de la tierra, de tan poca agraciada apariencia. Desconocíamos su sabor y su olor, su textura, incluso su precio. Finalmente nuestro amigo Jerome, del hotel en el que nos alojábamos, nos recomendó un restaurante apropiado para introducirnos en el mundo de la "trufología".

Trufa de primero, trufa de segundo, trufa de tercero. Ese era el menú en cuestión y hacia
el nos lanzamos con una venda en los ojos. ¿A qué sabían las trufas? En primera instancia es difícil de explicar, no se parece a nada que hubiera podido paladear anteriormente. Es un sabor muy fuerte, ciertamente poco digestivo, intenso, de ahí que se precisen cantidades muy pequeñas para condimentar los platos que cada Otoño adornan las mesas más selectas. La pregunta estaba ahí y era insistente: ¿A qué saben las trufas?

Pues bien, tras superar una muy pesada digestión después del pantagruélico menú trufero, me he pasado más de un mes pensando en una respuesta satisfactoria y convincente a esta cuestión, por fin he podido atisbar una teoría sobre el sabor de la trufa y el porqué de tu éxito: SABE A TIERRA.

P.S.: Para empezar el año me parece una aceptable reflexión, pero será continuada por una disertación sobre la tierra o la Tierra, que mañana será otro día.