domingo, 22 de noviembre de 2009

40

¡¡¡Felicidades!!!

Aquí está tu post, con tu canción.

TQM



P.S.: Ha quedado un poco hortera, pero el amor es "ansí".

miércoles, 18 de noviembre de 2009

¿REIR O LLORAR?

Tomando la pregunta de un modo genérico y "en abstracto", esta claro que prefiero mil veces reir, que menuda está la vida como para desaprovechar las ocasiones en las que uno se lo puede pasar bien. Y es que para llorar siempre hay tiempo. Sólo con que nos tomáramos un poco en serio el telediario la cosa era como para empezar y no parar.

Me refiero, sin embargo, a esos momentos de magia y luz oscura que pasamos en el cine y, sobre todo, en el teatro, dramático o musical, o sea, de la Ópera. Como imaginaréis he hecho una nueva incursión dentro de mi abono en el Real, que me ha dado pie para hacer la reflexión qu nos ocupa. Son más de sesenta ya las ocasiones en las que he disfrutado, o no, de la música y la voz en este foro tan impresionante y he de deciros que los llantos se cuentan con la mitad de los dedos de una mano, y eso que los argumentos de las óperas son tela, telita, tela: padres que matan hijas, maridos ultrajados, hijos abandonados, príncipes destronados, princesas deshonradas, muerte, desolación e ignominia por doquier. Reir, siempre he reído cuando el tema lo merecía, y no por obligación, pues el público del Real es de lo más especialito, y no regala los aplausos ni las risas de cualquier manera y a cualquier precio, sino por auténtica devoción.

La cuestión que se me plantea rebate el famoso dicho de los actores de que es más difícil hacer reir que hacer llorar. En nuestro musical caso, las tornas parecen volverse del revés y no sé cuales serán los motivos. Tal vez porque los cantantes, hartos de los sufrimientos antes descritos, tomen el argumento de las óperas de "color de rosa" como una tabla de salvación para verle la cara alegre a la vida y eso se refleje en sus interpretaciones. El caso es que he visto actuar a grandes tenores en actuaciones dramática y han logrado emocionarme, hacerme palpitar con frenesí, ponerme en su piel, pero en muchas ocasiones, tal vez más pendiente de un aria majestuosa que luego no lo era tanto, me he quedado igual o peor que estaba. He visto y oído con gozo cantar a Rossini, como hace poco con L'italiana in Argel, y me partido de risa con grandes cantantes, mujeres y hombres, con más gracia que Chiquito de la Calzada.

Mi consejo es que vayáis a la ópera, a reir o llorar, y para animaros más o doy un par de muestras de ambas emociones.





lunes, 9 de noviembre de 2009

EL PACIENTE INGLÉS

Han pasado trece años desde que se estrenó El paciente inglés. El tiempo corre a tanta velocidad que merecería ser multado. Recuerdo perfectamente
lo que hacía en aquellos años, así como la honda huella que dejó en mí la historia de ese amor tan desgarrado y desgraciado que narra la película. Son historias como estas las que nos enganchan en la pantalla, historias en las que el guionista-director, cual dios justiciero se ceba en la desgracia de
personas corrientes, sometiéndoles a unas pruebas cada vez más duras, a unos castigos cada vez más severos, a un sufrimiento cada vez más intenso.
La sensibilidad de las personas parece que va con los tiempos, aunque hay registros que siempre nos cazan, nos atrapan, nos hacen incluso ponernos en la piel de los sufridores amantes, como los que protagonizan esta historia de amor, desierto y II Guerra Mundial.
A veces pienso que las historia de la Literatura y, más aun, del Cine del siglo XX no habría sido la misma sin este3 terrible conflicto que sacudió nuestro planeta durante casi siete años. Incluir la IIGM en cualquier obra de estas características, si se ve acompañada de una trama interesante, hace que el éxito de la misma esté garantizada. Y no me refiero a historias sobre la IIGM, del estilo Pearl Harbour, sino a historias en la II GM, como la que nos ocupa. Se trata de personajes sencillos metidos en un jaleo mayúsculo y que ven truncadas sus vidas por causa de la guerra. Eso sí, la cosa es complicada y algo retorcida, porque se entremezclan varias historias de amor con sus propios avatares y desgracias añadidas.
Imagino que, como gente de bien que sois, la habréis visto no una, sino varias veces. Son Laszlo, Kathe, Hanna, Kip y David Caravaggio son personajes normales sometidos a agresiones extraordinarias. Son almas atormentadas en un mundo que se desmorona, tratando de encontrar su rumbo, a veces de un modo egoísta, casi suicida; otras intentando abrir los ojos ante el amor verdadero.

El director, Anthony Minghella, nos dejó hace más de un año, con historias por hacer, por lo que nos queda su obra para disfrutar con la sensibilidad y la capacidad de ambientar historias del pasado como si estuviéramos envueltos en ellas.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

POR UNA CABEZA

Bailar no es lo mío, cantar tampoco, pero puestos a elegir me quedo con este pedazo de tenor argentino, engominado y enchaquetado, con una fuerza y una pasión difíciles de igualar.

Enfundado en ese traje y con un micrófono, acompañado de bandoneón, piano, contrabajo y violín quedaría rebién.

Que a ustedes les guste.

lunes, 2 de noviembre de 2009

EL CAFÉ DE LAS ARTES

Durante años y años, el palacio de Abrantes había pasado frente a mí, y yo frente a él, al final de la calle Mayor, sin más pena que gloria, eclipsado por edificios más nobles, si puede emplearse este término, más poderosos, más emblemáticos o arrinconado simplemente por mi prisa y lo acelerado de mis pasos, unos pasos que me encaminaban hacia los santos lugares del foro madrileño.

Aquel día, más pausado y con más años en mis alforjas, su contemplación me deparaba una sensación de calma tensa y una inquietud que no concordaban con los propósitos que me habían llevado a ese lugar, actual
Istituto Italiano di Cultura. Antigua embajada, desde finales del siglo XIX, quedó finalmente convertido en centro docente después de una serie de avatares, bélicos unos y oportunos otros, que llevaron al embajador a la noble calle de Juan Bravo, dejando el robusto y elegante edificio para el goce y disfrute de jóvenes de todas las edades, incluido yo mismo, cuarentón recién estrenado con una vida por rehacer.

Y en los bajos de aquel edificio, donde tal vez se encontrara una antigua bodega, o la entrada a habitaciones de los siervos o de castigo para miembros del populacho que se habían metido en camisa de once varas, me encontraba yo, frente a unos ojos almendrados color oliva, que me escrutaban ansiosos de conocer mis proyectos y planes, con la lingua como excusa y con una cicatriz en su fosa ilíaca derecha, obra de mis manos, unas manos que golpeaban nerviosas el mármol de las mesas de la cafetería, a la espera de que la camarera, de importación piamontesa, nos sirviera el preceptivo par de capuchinos.

- No puedo creer que no me recuerdes, inquirió lanzada Helena rompiendo el hielo. Tú trabajabas en El Escorial y yo asistía a un curso de verano en la Universidad Complutense.

- La verdad es que algo familiar sí que me resultas, aunque de eso puede hacer más de diez años. De todos modos, no te apures, en aquella época no era raro que allí operáramos a estudiantes extranjeras de la Universidad de Verano. Por lo que veo, la operación dejó huella en ti, respondí dejando caer para seguir con el hilo de la conversación, algo presuntuoso.

Helena comenzó a contarme su vida pasada de un modo que me hizo ruborizar de un modo vergonzoso. El curso se llamaba La alimentación en el mundo mediterráneo. Del banquete platónico a las dietas cardiosaludables, y mi reciente amiga era una tierna estudiante de filología italiana con la mayoría de edad recién estrenada. En realidad el curso era una tapadera, pues se había escapado de casa con su profesor de Literatura Medieval, que impartía una charla en el curso. La loca Helena había engatusado al famoso profesor Tornatore, experto en el Medievo y cincuentón padre de tres hijas, y le había arrastrado a su apartamento del centro de Lucca, donde vivía mientras asistía diariamente a sus clases en la Universidad de Pisa. El escándalo fue mayúsculo, aunque prontamente tapado por una cínica y puritana cúpula docente, que envió al profesor a una gira por las universidades de verano de toda Europa, con la esperanza de que olvidara a su pérfida e irresistible alumna.

No contaban con la decisión de la joven y la osadía de sus pocos años y el tiro les salió por la culata. El Escorial era la tercera etapa de un periplo que venía de la Provenza, pasando por la Pompeu Fabrá y la Autónoma de Barcelona, antes de llegar a la sierra madrileña.

- ¿Te diagnostiqué pronto la apendicitis?, pregunté entre vanidoso e inseguro.

- Ja, ja, ja. La verdad es que creo que eras un pardillo novato y, encima, recién casado, contestó divertida.

-¿Y cómo sabías tú eso, si ni siquiera hablabas español en esa época?, insistí ya enfadado.

- Veo que ya empiezas a recordar, seguro que te fijaste en mí, aunque no lo puedas reconocer.

Helena me relató como su amado profesor, ya olvidado, buscó al mejor médico de los alrededores, aunque con una discreción nada desdeñable, pues pensaba que su conquista post-adolescente estaba embarazada y requería unos cuidados prudentes y sin aspavientos. Afortunadamente para ella, la gestación quedó descartada y, más tranquilo llevó a Helena a urgencias del hospital comarcal cercano, donde yo estaba de guardia.

- Quien si se fijó en ti fue el anestesista, muy majo pero bastante golfete. Ahora que lo dices, recuerdo que se gasto un buen cachondeo a mi costa a cuento de tu apendicitis. Está mal que yo lo diga, pero eras todo un bombón, confesé algo apurado.

-¿Cómo que "era todo un bombón", doctorcito? En España los hombres sois demasiado bruscos, aunque no sé si sois peores que los zalameros y mentirosos de mis compatriotas.

Pasaron dos horas entre risas y chanzas, todas ellas de Helena hacia mí, una Helena que se había convertido en toda un experta en detectar hombres con problemas del cuore, tal vez para curárselos con sus cuidados expertos o para hacerles sufrir aún más haciéndoles albergar esperanzar de placeres sin fin en su ático junto a Puerta Cerrada.