jueves, 29 de enero de 2009

PAGINAS




Viajar en Metro es para mí una necesidad, no lo hago por placer, lo confieso. Me iría tan ricamente a trabajar en bicicleta, pero, por un lado, el frío y la lluvia de Madrid y, por otro, algunas interminables jornadas laborales que me
dejan agotado, me lo impiden.







Me obliga a tener que soportar una serie de cosas que no me gustan: calor, olor, sudor, algunas personas maleducadas, retrasos que nadie me explica y alguna que otra cosa que no viene al caso.

Como contrapartida me da cosas buenas: encontrarme a un amig@ al ir al trabajo, un ratito de lectura, música o simplemente pensar y, además, me permite observar. Parecemos como pequeños animalitos de un documental de National Geographic, cada uno muy parecido al de al lado, pero en el fondo muy diferentes entre sí.

El otro día me llamó la atención como pasan las hojas de las revistas, periódicos y/o apuntes diferentes pasajeros de mi vagón. ¡Y es que hasta a eso nos da información sobre como somos en realidad!

Está la musical introspectiva, que suele ir con un tocho estilo Barbara Wood, con título tales como "Pasión desatada", "Amistad destructiva" o "Ambición ilimitada", que parece que se van a meter en el libro, que se van a comer a algún personaje claramente macizo, y que pasan las hojas con voracidad, siendo capaces de pasarse la parada si es que la ocasión lo requiere. Todo ello mientras escuchan con el mp3 música de Presuntos Implicados, que ayudan a la inspiración lectora.

Luego tenemos al deportista del vagón que, lo practique o no, pasea al deporte en forma de MARCA, As o prensa gratuita, por medio Madrid, empapándose desde la primera a la última página, con especial memorización de las dedicadas a su equipo predilecto y/o deporte favorito, para luego poder crear una corriente de opinión adecuadamente argumentada en su tertulia mañanera. Pasan las hojas como quien pasa el balón en profundidad. Todo un clásico que, generación tras generación, permanece y nunca muere.

Otra subespecie del suburbano, valga la redundancia, sería el o más veces la lectora profunda de libros raros (a veces con pintas). Suele ser una veinteañera temprana, universitaria, que se lee desde Proust, a Rimbaud, pasando por Whiltman o acabando por Pepe Hierro. Todo lo devora, todo lo asimila. No escucha música, se sienta a veces en el suelo, otras se apoya en el fondo del vagón. Siempre se concentra en las páginas, las mece, las acaricia, casi las besa, forman ya parte de las yemas de sus dedos. Me encanta ver a criaturas como ella. Me reconcilian con el amor colectivo por las letras, aunque sean sottoterra.

Llegamos a las destrozadoras del papel couche que, cual si en la peluquería estuvieran, pasan las páginas, las bambolean, las agitan -los de la foto están que echan la pota-, las menean, las magrean, las arrancan de su grapado central, y realmente no leen nada, podrían ser analfabetas sin que nadie lo notara. No he encontrado un rol masculino similar, ya que el citado más arriba sí que se empapa de las noticias futboleras de rigor.
Tenemos también al yuppie pobrete o ecologista, impecablemente vestido, que va empapándose de las páginas color salmón de diversos diarios de información económica. Ahora, como ya hay cobertura, puede comprar-vender no sé que tipo de acciones, futuro, depósitos o cualquier otro producto financiero, ante la indiferencia o curiosidad de la gente, según lo cerca que estén de él. Suele estar de pie, para salir corriendo lo antes posible del vagón, no vaya a ser que le vean en su super-consultoría y el cachondeo sea mayúsculo.
Otro al que le tengo especial cariño, y no porque lo haya visto, sino porque me lo imagino y me hace gracia, es el/la resident@ de anestesia, que anda empollando con fruición los capítulos correspondientes a la anestesia inhalatoria, tal vez por recomendación mía, o bien anda enfrascado en un chuletario sobre como hace la epidural fulano -yo- o mengano, lo cual me hace especial ilusión. Confieso que si es residenta me halaga más todavía, así somos los tíos, que se le va a hacer.
Yo, por mi parte, me cojo uno de los tres libros que suelo leer simultáneamente y, como tengo unas cuantas estaciones, aprovecho para ilustrarme un poquito, y con el Ipod que me han traído los Reyes Magos, me pongo banda sonora, sobre todo al descenso interminable de las escaleras de Cuatro Caminos ...
Amig@s blogueros, ¿conocéis más especies suburbanas?

miércoles, 28 de enero de 2009

SUERTE

Hola Sully, si es que no te importa que te llame así (queda más coloquial y cercano que Chesley Sullenberger), el mundo de la aviación debería estar lleno de gente como tú.

La foto que salió hace unos días en la prensa, y las imágenes de la televisión me han dejado con los pelos de punta e impresionado. No sé si te habrás encontrado en tu larga vida de piloto (imagino que a los 57 estarás cerca de la jubilación) con situaciones de este porte.




Yo, como pasajero, no puedo imaginarme nada peor. A mi me sueltan, aunque sea con tranquilidad, un mensaje megafónico del tipo “señoras y señores pasajero, vamos a intentar un aterrizaje de emergencia en el río Hudson, abróchense los cinturones y dejen el respaldo de sus asientos en posición vertical”, y es que me ..., en fin, te haces cargo.





Creo que debes ser un grandísimo piloto y que aquello que hiciste no está al alcance de todos, pero creo otra cosa también: tienes mucha, mucha, pero que mucha suerte, y eso es muy importante en la vida (ya sabes lo de Napoleón y sus generales).

Propongo que una de las asignaturas para ser piloto sea la de “Suerte”, y que sea considerada fundamental dentro del curriculum de cualquier aspirante a conductor de moles aeronáuticas.

Seguro que esta moción sería respaldada por una amplia mayoría, especialmente entre aquello a los que nos aterroriza o, al menos, nos incomoda volar.


P.S.: Este post está dedicado especialmente a la persona que ha acrecentado en mí exponencialmente el miedo a volar, especialmente a aterrizar. Imágenes como esta no sólo no me alivia sino que me encaminan al posiblemente al psicólogo.

CUERPO ENAMORADO

Carne recurrente de sonidos, silencios o necedades...

¿Es verdad que recorriste estos caminos?

¿Dejaste en los arribes de aquel río al arma adormecida y dedicada?

¿Cantaste al albur de mi desidia en mi mente sin reparos?

¿Bajaste a las cabañas cual tenorio?

¿Volviste de un infierno fugitivo a un purgatorio sin consuelo?

¿Clavaste en montañas casi afines tus estacas afiladas?

¿O besaste a dichosas nubes limpas en tu vuelo libre?

¿No deseas quedarte en mi regazo, cálido y sin complejo?

Vuelve pues a mí, cuerpo desmedido,

vuelve a mí... y hazme enamorado.

sábado, 24 de enero de 2009

LAS INVASIONES BÁRBARAS

Lo de las pelis es curioso, al menos en mi caso. Según el idioma extranjero que manejes, suponiendo que manejes alguno, así tienes mayor afinidad a unas o a otras. En mi caso, mi "bestia negra" son las francesas, dado mi absoluto desconocimiento de ese idioma. Creo que me pierdo cosas buenas, pero es que a veces la mente no da para más. Menos mal que las redes P2P ayudan a arreglar esos y otros desajustes.

Hace unos días mi cibernética amiga Andreilla me recomendo ver esta peli y como la tenía por casa, le hice caso. Al principio, como era en francés, me resistí, pero luego caí en las redes de la historia que cuentan.

El tema es, de entrada, un tanto manido: un hombre enfermo de cáncer, que va a morir y que se despide de la vida. Se ha repetido en muchas ocasiones, pero aquí lo más importante no es el cáncer en sí, sino el repaso que se hace de la vida de una persona y de una época concreta: los progres años sesenta.

Los jóvenes de esa época ya son adultos bien maduritos, y se van dando cuenta de lo que ha quedado de todo aquello en lo que creían y defendían con ahínco, y como el feroz monstruo del capital que tanto odiaban les ha vencido.

No sólo eso, sino que se aprovechan de su éxito (véanse las gestiones del hijo trinfador, usando el billete de dólar canadiense como tarjeta de visita). La película muestra las contradicciones y la hipocresía de una generación de intelectuales comprometidos de otra época, que se ven a ellos mismos como "lo que pudo ser y no fue"; pero también a un padre, que se ha distanciado de sus hijos, cambiándolos por una vida de amantes múltiples, y que al final se ve falto de un cariño que no supo apreciar cuando había tiempo para disfrutarlo.

Los actores cumplen desigualmente su papel, en especial Rèmy Girard, excelente en el humor y las disertaciones rojoides, y Marie-Josée Croze, guapísima. El resto, un reparto cuasi-coral, acompañan dignamente a los protagonistas. Stéphene Rousseau, el hijo, resulta algo inexpresivo, no sé si con intención o porque es así (a mi modo de ver, un hijo que va a perder a su padre habría de ser algo más empático).

Óscar a la mejor película de habla no inglesa en 2004 (no sé si la competencia -Suecia, Japón, Holanda, República Checa- fue feroz o no,) tiene todos los ingredientes para gustar al espectador con inquietudes, y pensar un poquito en la vida y su sentido, que tampoco viene mal.

miércoles, 21 de enero de 2009

MELODRAMAS

Nos pasamos la vida lanzado acusaciones, muchas de ellas injustas, a las mujeres que nos rodean: madre, hermanas (el que las tenga) y novias y/o esposas (cualquiera de sus dos versiones me sirve). Una de las más elegantes, aunque cruel para con las interfectas, es la de ser melodramática.

Las madres al principio nos protegen, siempre nos quieren y durante una buena parte de su vida creen que somos de su propiedad. Pasan los años, los niños crecen y pretenden hacer sus cuatro voluntades. A ver si os suena:



-¿Dónde vas?
- Por ahí.

-¿Con quien has salido?
- Con gente.

-¿Quién es esa chica?
- Bah, una amiga.





Cuando la adolescencia llega, las madres no saben que hacer con los hijos, todo les angustia, con nada están conformes. De repente, un día, la línea de su tolerancia se ve rebasada y empieza a soltar un sermón-perorata al pelanas de turno en que se ha convertido su hijito rollizo, y éste les espeta sin rubor: “¡Mamá, por favor, no seas melodramática!”

Con las hermanas, las acusaciones pueden llegar a ser más violentas y llegar a lo más íntimo del ser de uno mismo, aunque en este caso la reciprocidad suele ser una constante, con lo cual, quedamos en paz.

-Tú eres un cerdo.
-Y tú una melodramática.

Pero pasamos al grupo de las relaciones carnales y/o sentimentales. Es ahí donde la hembra da rienda suelta a su desatado sentido de la teatralidad, y sacan a la melodramática que llevan dentro. Es una especie de chica que no está muy de moda entre los cánones de feminidad existentes, ya que en muchos casos se asocia a debilidad, ñoñería o “desfase”. El caso es que te las encuentras por todas partes y considero que hacen de la necesidad virtud y emplean sus dotes melodramáticas para hacer de nosotros lo que les parece.

Muchas situaciones de la vida cotidiana reflejan la personalidad de la melodramática a la perfección. Analicemos un ejemplo.

Pareja preparándose para ir a cenar en plan “cenita romántica”. Ella lleva dos horas en el cuarto de baño y él espera a que termine mientras lee el periódico, ya arreglado.

- Cariño, ¿me queda bien el vestido?
- Sí, sí, muy bien.
- ¿Pero si no me has mirado?!
- Si te he mirado, estas guapísima –y sigue leyendo el periódico-.
- Es verdad, no me has mirado, no sé por qué me esfuerzo tanto para
agradarte y tú, ahí, leyendo el periódico, tan pancho.
- Pero si ya te lo he dicho, estás guapísima, te queda fenomenal. Anda, no
seas tonta, vámonos, que llegamos tarde.
- Pues yo no estoy todavía. Me tengo que cambiar toda la ropa porque no te
gusta como voy.
- ¡Pero si te he dicho que sí, que estás preciosa!
- No, no me has mirado, y ya creo que no te gusto.
- Como que no, pero si solo tengo ojos para ti.
- Sí, sí, para mí y para tus amiguitas de la oficina.
- Pero si no las hago ni caso, todo mi tiempo es para ti.
- Y de tus amigorros con los que juegas al fútbol, ¿qué me dices? Estás casi
más con ellos que conmigo.
- ¡Pero si solo quedamos un día al mes!
- Ya, pero estás deseando que llegue ese día y a mí no me haces ni caso.
- Anda, cariño, no te enfades, y vámonos a cenar, que hoy va a ser una noche
especial.
-Especial, especial, pero yo me quedo en casa, y pasaré toda la noche llorando.
-Venga, cariño, no seas melodramática ...


Media hora después, tras pedir perdón de rodillas, nuestro chico sale como un corderito del brazo de su amada, radiante tras el triunfo obtenido: ni fútbol, ni amiguitas, ni amigorros en dos meses, sólo tendrá tiempo para su amorcito.

Pobre hombre, ha caído en la red de una melodramática.


Y para que practiquéis y ampliéis vuestros conocimientos o aprendáis a defenderos mejor (según el caso), os hago unas propuestas cinematográficas. Para empezar, podríamos definir el melodrama como el género en el que se entremezcla lo sensible y emocional a la vida cotidiana.



Estas películas tuvieron su momento cumbre en la segunda mitad del siglo XX, en especial entre el público femenino, siempre más sensible para las obras de arte, todo hay que decirlo. Entre las cientos de películas que hay, os voy a recomendar cuatro, de diferentes épocas: La gata sobre el tejado de cinc, Tiempo de amar, tiempo de morir, Al Este del Edén y Los puentes de Madison.



Se admiten sugerencias.

P.S.: Todo lo anterior ha sido escrito con todo mi amor y cariño para todas las melodramáticas del mundo, por si alguna se diera por aludida.

martes, 20 de enero de 2009

NUAREJADA Nº 2


Hace tiempo leí que tal vez Homero no hubiera existido y que a su nombre figurarían varias obras escritas realmente por autores diferentes.

Esto me hace pensar una cosa.¿Podría ser que, dentro de 100.000 años, encontraran entre los restos de nuestra civilización, un montón de obras de un tal "Planeta" y pensaran que fue un porlífico autor de todo tipo de obras literarias?

Reflexionad sobre el tema.

domingo, 18 de enero de 2009

EDOARDO BENNATO




Siguiendo con la línea neo-ecléctica que nos caracteriza, hoy os presento una recomendación musical. Como sabéis algunos, mi ya conocida italianofilia está alcanzando sus cotas más altas en estos últimos tiempos.
Como mis conocimientos del idioma aún son limitados, me tengo que conformar con películas subtituladas, de las que algún día hablaremos y de los temas de conocidos cantantes italianos, tipo Pausini o Ramazzotti. Para empezar no está mal.
Sin embargo, escarbando un poco en el planeta musical del país transalpino se encuentran joyas como una que me ha recomendado Eleonora, una de mis profes de italiano.
Edoardo Bennato nació un 21 de Julio (gran día, vive Dios) de hace ya unos cuantos años en Nápoles. Comenzó bien prontito en la música, junto a sus dos hermanos. Tiene un perfil de cantautor que domina varios instrumentos, con especial atención a la guitarra y la armónica. El clásico cantautor.
El éxito le llega en los años 70, destacando especialmente el disco Burattino senza fili, publicado en 1977, y que contiene la canción Il Gatto e la Volpe, considerado todo un clásico de la canzonetta italiana. Además de un ritmo en el que se aprecian influencias de los sesenta con los hits de San Remo, contiene una mordaz crítica a la sociedad de consumo, alineándose siempre al lado del oprimimido y desarraigado, frente a los poderosos. Su letra ejemplifica una de las mayores preocupaciones del autor: el conflicto entre la sinceridad de los más débiles y la hipocresía del grande. A finales de los 70 publica el mejor disco de toda su carrera, Sono solo canzonette. Contiene un tema maravilloso, La isola che non c’è que os recomiendo escuchéis con detenimiento. Desborda poesía y sentimiento y ¡quién no ha soñado alguna vez ser Peter Pan!

viernes, 16 de enero de 2009

CALMA

Calma de y para mis días

... y poder vivir contigo.

Contigo en mí y de ti, delante

de mis tardes y mis noches.

Noches negras jalonadas de blanco

para unos ojos sin luz.

Los míos frente a la noche de tus ausencias,

de tus silencios.

Nunca calles, nunca faltes.

Sentir tu presencia, sentirme más yo contigo.

Camina junto a mí, sé mi duende,

dale lumbre a mis pisadas,

claridad a mis caminos ...

Hazme andar y párame,

vísteme con esa túnica

blanca de las gentes nobles

que haga liviano el esfuerzo

del camino.

Calma dame, y estar aquí contigo.

lunes, 12 de enero de 2009

VIAJEMOS

Viajamos.

Cambiamos nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestro ser.

La mirada es distinta.

La retina se imprime con tonalidades ajenas.

La gente nos mira, miramos a la gente.

Todo es distinto...

Todo nos parece distinto, pero en esencia es lo mismo.

La misma nieve, el mismo frío, manos congeladas, cuerpos que se juntan, ateridos.

Sólo cambia la retina, el color con el que se mira.

Nos miramos, ellos nos miran, y pensamos en sus pensamientos, en idiomas diversos, con gestos divergentes, aunque con sutiles convergencias, que en el fondo son las mismas para todos.

Todo es igual y distinto al mismo tiempo.

Viajamos, y viajando nuestra riqueza se hace grande.

No siempre viajando, viajamos.

Hagámoslo con el corazón, con la mente, de verdad.

Viajemos.

viernes, 9 de enero de 2009

FRIO

El frío. Nos ha encontrado ya helados, por tantas cosas que hemos visto, que hemos oído, que hemos olido, que no hemos sentido...

Pasamos de un año a otro montando en bicicleta, por entre los árboles, subiendo lomas y rodando por las laderas de las montañas, verdes, desnudas de blancos ropajes. Llegamos a la cima, a lo más alto, con el Sol reflejando su amarillo-rojo en la pantalla de unas gafas de colores. El frío no penetraba nuestros poros.

La ilusión del cambio templaba nuestros pensamientos, dejaba tibia la temperatura del hielo perpetuo al contacto con nuestra piel. La sangre discurría ardiente por las cámaras de nuestro interior y, por un momento, los capilares de nuestra dermis hacían llegar al exterior el color de una pasión contenida tanto tiempo, tantos años ...

Llegaron los Reyes, pasó la Navidad, una fugaz primavera invernal tocó de refilón nuestras mejillas y nos hizo crear un espejismo de calor, de temple, de luz que daba paso a la esperanza de tiempos mejores.

Las rebajas nos han traído el frío. Un frío blanco, que parece puro, pero que no sé si lo es. El blanco, continente de todos los colores, nos quita el arco iris de colores y calores, para unirlo todo en un magma opuesto al infernal de la lava de un volcán. Es una erupción de rigidez, que nos paraliza las acciones, que nos retrae en nosotros mismos, que nos hace defendernos, que estimula lo más hondo del hipotálamo, del paleocortex, para resurgir en la florida primavera.

Frío es blanco, gris, blanco espeso, la expresión brillante de la noche hecha día, del día hecho noche. Los copos llenan el horizonte de mi mirada, creando un velo que llena de impresionismo el mundo que se planta delante de mis ojos.

Frío es viento en mi rostro, herpes en mis labios, gorro en mi cabeza, guantes en mis manos y un abrazo en la calle, largo, ayudándome a caminar por las aceras nevadas.

Frío es miedo al mañana, una hoguera en una cueva, pieles sobre el cuerpo, pinturas en la roca, niños acurrucados en un pecho de mujer, historias en la noche, aullidos ahí fuera, esperanzas ateridas en el interior de la gruta del pasado.

El frío nos deja pensando en casa, frente a la chimenea (el que la tenga), con la manta en las rodillas, con los ojos clavados en el cristal de una ventana con los cristales enmarcados en una sombra borrosa de blanco y estrellas invernales.

Un frío que quiero que me deje la pureza de sus tonos, y se libere de su punto de dolor, de quemazón en la piel desnuda y desprovista de cuidados. Quiero que nos devuelva lo bueno de la vida, que quite lo fácil del jolgorio barato e insustancial, que aguce nuestros sentidos, y nos deje sentir la vida de verdad.

¡Oh, dama de las luces! Cae sobre nosotros con tu manto, y lávanos el exterior cubierto del hollín de la ciudad, pero permítenos seguir con el calor de nuestro ser, con la tensión de la lucha por seguir, adelante, siempre adelante.

Salgamos, osados como niños, a las calles de la ciudad a rebozarnos de nieve, nieve blanca, extraña y limpia de Madrid, o de donde sea, para mañana nacer como personas nuevas, libres, humanas, amadas.


P.S.: Querida Pe, ese es el tiempo libre al que refería (mira la hora). Por cierto, en Madrid como en ningún sitio (y mirando por la ventana hoy, más todavía).

miércoles, 7 de enero de 2009

HIJOS II

Es un tema que recurre continuamente en mis pensamientos. Creo que es difícil que deje de hacerlo nunca. No me obsesiona, pero sí me preocupa pensar en ellos, en la transformación que produce en nuestro mundo, en lo externo y en lo más íntimo de nosotros

Ayer fue un día intenso. Ya empezó a serlo desde la mañana de cinco hasta bien entrada la noche. Un año esperando que llegue ese momento. Nervios como en la primera cita con una chica (tal vez mucho más), inquietud como cuando se esperan las notas del examen (eso tampoco lo conocen, pero ya les llegará).

La noche. Ruidos en la noche. Inquietud entre las sábanas de globos, ositos y ratón Mickey. "Papá, no me duermo". "Me quedo un poquito contigo, ¿vale?". Las horas pasan, el sueño no llega, se siguen oyendo ruidos.

Pasos en el pasillo. Crujidos de la tarima del piso de arriba. Más pasos en el paillo, esta vez pequeños y livianos. Luz del baño encendida. Los pasitos hacen el camino de vuelta. Ruido de manta sobre cuerpecito tierno y suave. "Papá, no me duermo. ¿Qué hora es?".

Y así hasta que se ahace el silencio en todo el edificio, y la magia de la noche se adueña del mundo y los sueños nos envuelven a todos, mayores y pequeños.

Mañana será otro día, EL DÍA.

Después de un duro día de envoltorios, idas y venidas, Izalda y yo nos hundimos agotados en el sofá a ver una peli. ¡Y qué fuerte lo que hemos visto! Una maravilla. La stanza del figlio, de Nanni Moretti. Para los que no le conozcan, este hombre es un cineasta polifacético y autodidacta, políticamente comprometido con el cambio radical en toda la clase política italiana, y con una sensibilidad para lo cotidiano que tocar la fibra sensible del espectador.



La habitación del hijo consiguió la Palma de Oro en Cannes en 2001, con todo merecimiento. Cuenta la historia de una familia itliana media, acomodada pero sin estridencias. Está formada por el matrimonio, psicoterapéuta él, mujer de letras con librería ella, y dos hijos (varón y mujer) adolescentes, con una relación entre ellos totalmente envidiable.

La vida transcurre dulcemente, con una serie de rutinas aparentemente gratificantes, hasta que sus vidas dan un giro de 180 grados, como consecuencia de la trágica muerte del hijo, cuya habitación se hace un pequeño referente de la trama. Moretti trata el tema con una gran dulzura, aunque lo hace de un modo muy creíble, sin caer en la ñoñería ni ser demasiado tremendista. Un delicia, a pesar de lo duro del tema.

No cuento más. Os la recomiendo vivamente.

lunes, 5 de enero de 2009

FIGARO

Ir al peluquero es, para un hombre, un mal necesario. Puede parecer despreciativo para este gremio tan respetable, y con una historia tan ilustre y artística como la suya.


Para una sociedad o tribu o grupúsculo, el hecho de que se permita que un individu@ se dedique a la belleza capilar en sus distintas vertientes, podría ser considerado un avance comparable a la invención de la rueda, el descubrimiento del fuego o darse cuenta de que los niños no vienen de París. Te cambio un saco de harina, una pata de buey, cortarte la leña o cuidarte los niños mientras vas al cine por un corte de pelo a la última. Un buen día, los miembros de la tribu humana decidieron darle valor al adecentamiento de los cabellos.



Es una verdad reconocida, aunque no refutada científicamente, que el cromosoma Y que distingue a los varones de nuestra especie contiene una serie de genes que impiden permanecer más de 20 minutos sentados en el sillón de la peluquería.

A mí siempre me han caído simpáticos los peluqueros, aunque creo que han perdido enteros desde que se inventaron las maquinillas, manuales o eléctricas, y dejaron de ser barberos. Perdieron una cuota de poder –sabiduría o arte es poder- que les hizo bajar bastantes enteros.





Desde bien pequeño me he deleitado escuchando a diversos barítonos las piezas de Il barbiere di Siviglia, nuestro querido Fígaro. Es uno de los personajes más entrañables y divertidos de la lírica de todos los tiempos. Desde que tuve la ocasión de verla en directo hace unos años, la tengo como mi opera de cabecera. Aunque las arias de Alma viva permiten un lucimiento especial - sobre todo si te llamas Juan Diego Flórez y cantas como los ángeles -, toda la representación gira en torno al factotum de la città. Es una delicia.

También me resultan simpáticos porque son los padres profesionales de un gremio al que me une una relación de dualidad y dependencia desde hace años. Puede que sea porque siempre he querido ser uno de ellos sin yo saberlo. Se trata de mis amigos los cirujanos. De hecho, antes de la llegada del siglo de los cirujanos, los médicos se dedicaban a curar los males de la gente, tras años y años de formación en la Universidad, mientras que el cirujano era barbero, curaban guarradillas de gente de baja estofa y drenaba puses y otras inmundicias. Hasta el siglo XX no alcanzó la consideración social de nuestros tiempos.

Pero ir a la peluquería hoy en día es una mezcla de acto social, obligación estética e higiene mental por la que todos pasamos –y el día que ya no pasas, tienes que ir al psicólogo para superarlo-.

A mí siempre me ha resultado difícil serle fiel a un peluquero. Me termino cansando y, en general, suelo emplear el criterio de la cercanía. Cuanto era un tierno infante, me llevaba mi madre, con el mangoneo habitual al que nos someten las madres durante toda nuestra vida. Aquel era uno de esos peluqueros-barberos de antes. Excombatiente de la Guerra Civil, afeitaba a mi abuelo todas las semanas, haciendo real, en plena dictadura, la deseable reconciliación amistosa de los contendientes. Como así todo quedaba en familia, a mí me rapaba los pelillos rubios con arte y esmero, siguiendo al pie de la letra los designios de mi madre.


Con la adolescencia, llegó la jubilación del brigadista, y tomé las riendas de mis cortes de pelo. Que si raya a la derecha, que si todo para atrás, que si gomina, que si vuelta con la raya a la izquierda. Estuve unos cuantos años con unos peluqueros que trabajaban en un bajo en la misma manzana de mi casa. Al final terminó toda la familia formando una amplia clientela, salvo un primo mío que iba a otra que, como sería, que mi tía les llamaba “los asesinos”. Sin comentarios.

El final de mi relación con los peluqueros vecinos fue un tanto traumático. Resultó que una tarde fui a última hora a hacerme un apaño, y casi me lo hacen de verdad. Uno de los de la tijera que estaba en ese turno me empezó a contar que si sus viajes a Cuba, los amigos que tenía por allí y que estaba harto de España y que se volvía. Entre amigo y amigo, sobeteo por aquí, toqueteo por allá -en cabeza y cuello, ojo-. Al final terminó por decirme que me iba a dejar más guapo que el de Sensación de vivir ese. No sé si puede disimular mi cara de horror en el espejo, pero me faltó tiempo para escapar de aquel lugar. En mi vida he corrido tanto para huir de un sitio.

Como aquel suceso no cuadraba con mi visión de las apetencias carnales –algunas es mejor no probarlas, por si acaso-, ni mucho menos de un simple corte de pelo, decidí cambiarme de peluquería. Estuve una temporada dando tumbos por aquí y por allí. Mi chica me recomendó una de esas se me llaman unisex. Fui una vez, porque después de la primera y única visita, salí pareciéndome al hermano gemelo de Paul Young, en plan cantante inglés tecno de los ochenta. Con mi pinta de niño bueno del barrio de Chamberí de toda la vida, no encajaba muy bien. No volví.

Tras unos interminables meses dando tumbos, como un Ulises sin llegar a su destino, por fin encontré lo que parecía ser el paraíso de las tijeras. Un sitio limpio, discreto, con gente amable, educada, simpática pero no empalagosa, que conocía mi nombre. Con ellos se podía hablar de todo tipo de temas y salías satisfecho y encantado de la vida. Creía haber encontrado un lugar en el que empezar a echar raíces.

Pero un día de invierno, mientras sesteaba en el sillón de peluquería del local que creía me iba a ver envejecer de barbilla para arriba, sentí lo que me parecía un “tajo” en mi oreja derecha. “No es nada, señor, sólo es una rozadura, ya le pongo un algodón”, me contestó el ayudante. Seguí sesteando con una molestia en la zona descrita. Terminó la faena –nunca mejor dicho-, pagué y me marché a mis cosas.

Varias horas después llegué a casa y, en el espejo del baño, pude apreciar horrorizado la magnitud de la avería. Ni el Tajo de Ronda lo superaba. Iracundo y fuera de mí bajé a mi futura ex-peluquería dispuesto a montarla. ¡Y vaya si la monté! Casi acabamos en la Plaza de Castilla, por agresión mutua y me fui de allí con amenazas de denuncia y con promesas de enviar a mis abogados.

Repasando mi currículum de barbería la depresión es lógica y natural. ¿Es que no puedo ser normal? ¡Quién fuera calvo!

En que hora habré tenido ese pensamiento. Hace ya unos años que la cima de mi anatomía capilar se está abriendo un agujero que, ¡ríete del de la capa de ozono! Al menos ese parece que se está cerrando. El mío no tiene solución.

Sí la tiene, y es no mirar. Por eso, con mi peluquero actual, con el que parece que todo va bien (coetáneo, padre de familia y bastante normal), cada vez que me muestra en el espejo como ha quedado el corte en la región bucal, prefiero cerrar los ojos y decirle “muy bien, muy bien”.

Y es que cada hombre, tarde o temprano, termina cayendo presa de sus propios miedos. El conseguir superarlos debe ser la señal de que uno se ha hecho mayor.

Dadme tiempo para conseguirlo.

domingo, 4 de enero de 2009

NUAREJADA Nº 1


Alguien sabe por qué en la Plaza del Obradoiro llueve a veces de lado. ¿Es culpa de los
fabricantes de capas de agua? ¿O de los de botas impermeables?

sábado, 3 de enero de 2009

RELATIVO




La teoría de la relatividad debe ser un ladrillo importante. Creo que en algún momento de mi vida la he estudiado, cuando era un chico de Ciencias Puras. Pero ahora que ya no lo soy, y que me he hecho de Letras, o al menos lo intento, sólo si me preocupa si, de un modo u otro, sublima mis sentidos.

Reconozco que me gustan las películas románticas. Así somos algunos, que le vamos a hacer. Y el amor, si es en el tiempo, en dimensiones paralelas que se entremezclan, se desprende durante esos momentos de toda su corporeidad y se convierte en amor verdadero.

En La casa del lago, sin ser un peliculón, se unen una serie de ingredientes que te obligan a verla hasta el final, con pasión y con emoción. Tenemos ciencia ficción, drama y humor, con un toque de amor, que desemboca en un final cuasi-dramático, que no voy a desvelar, pero que merece la pena disfrutar.

Sir Paul Macca pone la guinda con un This never happened before, poco difundido pero con el sello inconfunble del chico de Liverpool en clave sentimental


Y sí, lo reconozco, me gustan las películas de amor y besos.

viernes, 2 de enero de 2009

CODICIA

Ya han pasado los fastos “gordos” de la Navidad de 2008. Imagino que aquellos que decidieron perjudicar a su cuerpo a manos llenas ya estarán recuperados, encamados o con cara de acelga en sus respectivos lugares de trabajo. En mi caso me encuentro razonablemente bien, dentro de un orden, y en la tercera opción, aunque con una facies aceptable, dentro de las posibilidades que la Naturaleza me ha proporcionado.

En fin chic@s, vamos al tajo.

El otro día, leyendo un resumen de las cosas importantes del año 2008 que destacaba un conocido periódico, me llamó la atención el enemigo del año a nivel mundial. Este año habían elegido la codicia. Llenaban cuatro páginas una serie de artículos con diferentes perfiles: sesudos, economicistas, monetaristas, filosófico-existenciales. Grandes verdades muy meditadas nos argumentaban la elección de este enemigo del año que se fue.

Después de haberlo leído, meditado y reposado, esta mañana, ya dos de Enero, tras una navegación por la Red para reafirmarme en mis ideas, he llegado a una conclusión. Con todos los respetos por si alguien pudiera verse ofendido, en ese periódico se han lucido con el descubrimiento. Me parece que han tardado un poquito en descubrir el Problema del Ser Humano. La codicia nos lleva destruyendo desde que Caín mató a Abel.

Para poder reflexionar sobre esta cuestión, creo interesante comenzar con definir aquello de lo que vamos a hablar. Según el diccionario de la Real Academia, el término codicia (del latín cupiditia, de cupiditas, -atis) tendría cuatro posibles acepciones, las cuatro femeninas, por cierto. A saber: afán desmedido de riquezas; deseo vehemente de algunas cosas buenas; en el argot taurino, cualidad del toro de perseguir con vehemencia y tratar de coger el bulto o engaño que se le presenta; y finalmente, apetito sensual.

Existen otras definiciones que complementan la oficial, algo académica, y podríamos quedarnos con que la codicia es un deseo incontrolado de posesión de bienes materiales e inmateriales, pertenezcan a otros o no. Multitud de citas se refieren a este pecado capital, enemigo número uno de epicúreo o estoico que se precie, aunque para ilustrar más este preliminar, me quedaría con un castizo refrán castellano que dice “Abad avariento, por un bodigo pierde ciento”.

Vivimos en unos tiempos en los que el Dinero es el único dios verdadero. Nos guste o no es así. Yo sospecho que siempre ha sido así, pero ahora se confiesa sin rubor. Se tratan de destruir todos los demás, justificando todo para servir al poderoso caballero. Se reviste de ropajes que camuflan sus aviesas intenciones. Su adoración permite elevar un canto a un optimismo existencial y autoindulgente que, cuando todo sale bien, llena la superficie de los corazones, aunque los deja exangües en su interior. Cuando todo va bien, todos somos felices, todo es posible, podemos llegar a todos los planetas, curar todas las enfermedades o comprarnos todos los pisos. Pero cuando llegan los problemas, y se rompe el saco, no queda combustible y la bomba empieza a flaquear.

Viene entonces el momento de los sacrificios y las privaciones, y las alforjas están vacías. Estuvieron llenas de euros, de dólares, de pisos sobrevalorados, de opulencia desmedida, de tarjetas de crédito, de coches caros, de altos cargos, de comida en el cubo de la basura. Fuimos un poco pardillos, la verdad. Eso de creernos que todo iba a ir siempre bien en nuestro Occidente feliz y autocomplaciente. Llegaron las vacas flacas y nos dieron la primera lección del siglo XXI: que la codicia ha sido nuestro enemigo del año 2008. Insisto, fuimos y somos unos pardillos, nos fiamos más de un señor con corbata sentado al otro lado de una mesa que de lo que nos pudieran contar nuestros hijos con su sentido común limpio de orgullo y soberbia. Y el sistema económico “petó” y entonces nos contaron que ahora la codicia era muy mala.

Dándole la vuelta a la tortilla, me inclinaría a pensar que no es mala ni buena, sino humana, y como tal lo que tendríamos que hacer es convivir con ella. No dejar que nos engañe. Lo malo no es tener enemigos, sino no reconocerlos cuando caminan a nuestro lado.

Codicia y mendacidad son una combinación mucho más perniciosa. Se hacen nuestras compañeras, nos regalan el oído, nos hacen creer que el becerro es de oro y nos hacen adorarle. Contra esto es mucho más difícil luchar, y por eso hemos sido tan inocentes. Nos creímos lo que nos contaban, nos tendieron una trampa y caímos.

Lo peor de todo es que mucha gente ha llegado a este punto con la mochila vacía o sin ella. Muchos se habían aferrado a una tarjeta de crédito para dar forma a su felicidad, han plastificado su hedonismo y se han quedado sin fondos. Ahora sólo les queda seguir la dirección que les han marcado los que se están forrando a costa de los que han perdido.

Como nos contaron hace unos días en un tostón televisivo, ahora toca “tirar del carro”. Eso es lo que vamos a hacer en el año que comienza, y espero que no se nos olvide lo que es la codicia. Me dan ganas de guardar el recorte del periódico y dejárselo a mis hijos como herencia, aunque con la lata que les pienso dar no creo que haga falta.

En lo personal, espero que el año 2009 sea mejor que el anterior y que todo lo que comencé, se afiance y crezca. Ayudadme a que así sea.


P.D.: Propuesta cineforum para las próximas semanas: La gata sobre el tejado de zinc.