viernes, 9 de enero de 2009

FRIO

El frío. Nos ha encontrado ya helados, por tantas cosas que hemos visto, que hemos oído, que hemos olido, que no hemos sentido...

Pasamos de un año a otro montando en bicicleta, por entre los árboles, subiendo lomas y rodando por las laderas de las montañas, verdes, desnudas de blancos ropajes. Llegamos a la cima, a lo más alto, con el Sol reflejando su amarillo-rojo en la pantalla de unas gafas de colores. El frío no penetraba nuestros poros.

La ilusión del cambio templaba nuestros pensamientos, dejaba tibia la temperatura del hielo perpetuo al contacto con nuestra piel. La sangre discurría ardiente por las cámaras de nuestro interior y, por un momento, los capilares de nuestra dermis hacían llegar al exterior el color de una pasión contenida tanto tiempo, tantos años ...

Llegaron los Reyes, pasó la Navidad, una fugaz primavera invernal tocó de refilón nuestras mejillas y nos hizo crear un espejismo de calor, de temple, de luz que daba paso a la esperanza de tiempos mejores.

Las rebajas nos han traído el frío. Un frío blanco, que parece puro, pero que no sé si lo es. El blanco, continente de todos los colores, nos quita el arco iris de colores y calores, para unirlo todo en un magma opuesto al infernal de la lava de un volcán. Es una erupción de rigidez, que nos paraliza las acciones, que nos retrae en nosotros mismos, que nos hace defendernos, que estimula lo más hondo del hipotálamo, del paleocortex, para resurgir en la florida primavera.

Frío es blanco, gris, blanco espeso, la expresión brillante de la noche hecha día, del día hecho noche. Los copos llenan el horizonte de mi mirada, creando un velo que llena de impresionismo el mundo que se planta delante de mis ojos.

Frío es viento en mi rostro, herpes en mis labios, gorro en mi cabeza, guantes en mis manos y un abrazo en la calle, largo, ayudándome a caminar por las aceras nevadas.

Frío es miedo al mañana, una hoguera en una cueva, pieles sobre el cuerpo, pinturas en la roca, niños acurrucados en un pecho de mujer, historias en la noche, aullidos ahí fuera, esperanzas ateridas en el interior de la gruta del pasado.

El frío nos deja pensando en casa, frente a la chimenea (el que la tenga), con la manta en las rodillas, con los ojos clavados en el cristal de una ventana con los cristales enmarcados en una sombra borrosa de blanco y estrellas invernales.

Un frío que quiero que me deje la pureza de sus tonos, y se libere de su punto de dolor, de quemazón en la piel desnuda y desprovista de cuidados. Quiero que nos devuelva lo bueno de la vida, que quite lo fácil del jolgorio barato e insustancial, que aguce nuestros sentidos, y nos deje sentir la vida de verdad.

¡Oh, dama de las luces! Cae sobre nosotros con tu manto, y lávanos el exterior cubierto del hollín de la ciudad, pero permítenos seguir con el calor de nuestro ser, con la tensión de la lucha por seguir, adelante, siempre adelante.

Salgamos, osados como niños, a las calles de la ciudad a rebozarnos de nieve, nieve blanca, extraña y limpia de Madrid, o de donde sea, para mañana nacer como personas nuevas, libres, humanas, amadas.


P.S.: Querida Pe, ese es el tiempo libre al que refería (mira la hora). Por cierto, en Madrid como en ningún sitio (y mirando por la ventana hoy, más todavía).

2 comentarios:

  1. je je je. Lo has clavao once more.
    Ahora ya sabemos por qué rodaron Doctor Zhivago en España.
    Dar un paseo de noche mientras nieva es alucinante. Te renuva el alma. Lo más raro es el olor y el sonido: Todo se amortigua y los pulmones se llenan como nunca. Precioso, increible, renovador. Os lo recomiendo para la próxima nevada.

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  2. Pues no veas en Bruselas la "rasca" que hacía ...

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