Frente a mí la calle ascendía ligeramente empinada, haciendo sudar a algunos esforzados ciclistas de ocasión, casco y rodillera. El móvil zumbó entonces en mi bolsillo izquierdo, recordándome la cita que me llevaba a aquel rincón del viejo lugarón que tantos años me había acogido en su seno. "Helena, 4 de la tarde, despacho número 1".
Me acerqué por fin al palacio donde los cursos de italiano se impartían desde hace años, especialmente a imberbes estudiantes con destino a un Erasmus de desenfreno en el Bel paese, de vez en cuando a algún separad@ en busca de nuevas amistades, ocasionalmente a cantantes de ópera con aspiraciones de gloria y muy de cuando en cuando a matrimonios con ganas de ampliar sus miras. Por desgracia para mí, que encuadraba en el primer grupo, en el de los hombres solos que antes no lo eran y que creen que necesitan en seguida dejar se serlo, aunque casi nunca encuentran nada.
Helena tenía una voz muy melodiosa, lo cual no resultaría extraño dada su nacionalidad, y me pareció que debía de ser guapa, tal vez hermosa, al menos eso me inspiraba la conversación que habíamos tenido hacía unos días. Las escaleras eran de mármol blanco, empinada, y terminaban en unas mesas donde unas jóvenes y dinámicas professoressas ilustraban a visitantes ocasionales. Pasé por entre las mesas con un tímido "Scusi" y me adentré en el hall interior del instituto.
Frente a mí, el despacho número 1. Un sudor templado me caía discretamente por la espalda, como un anticipo de todo lo que me esperaba en los próximos meses. Era algo que Helena, algo bruja, intuía.
Tal vez os cuente otro día el porqué ...
Sigue por favor!!
ResponderEliminarPienso seguir, pero ten paciencia.
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