martes, 20 de octubre de 2009

DESPACHO NÚMERO 1

Helena era una mujer hermosa, tal y como anticipaba el timbre de su voz, incluso al otro lado de la línea telefónica. Estaba sentada, ligeramente recostada en una butaca algo fea y anticuada, fruto tal vez de un enésimo recorte de fondos del Istituto. Leía muy interesada, casi embelesada, lo que parecía un manuscrito muy extenso y, por su gesto concentrado, también muy intenso.

Permanecí durante largos segundos, incluso minutos, bajo el marco de la puerta blanca de cristal opaco, entreabierta, sin emitir ruido alguno, hasta que Helena levantó primero sus ojos, arqueando las cejas, y luego la cabeza, hasta encontrarme en el radio de acción de su mirada.Helena era, como ya he dicho, una mujer hermosa, y ella lo sabía. Conocía el efecto turbador que provocaba en los hombres, y yo no fui una excepción en ese sentido. Su aspecto parecía inicialmente desaliñado, informalmente vestida, sin estridencias, aunque sutil y eficazmente maquillada. Observada más lentamente, su vestimenta (pañuelo de seda al cuello, camiseta blanca, pantalón vaquero gastado) no había sido escogida al azar. Formaba parte de su estrategia de parecer sencilla a las mujeres y mostrarse arrebatadora a los hombres: pelo corto, muy moreno, peinado con gomina, muy estiloso, parcialmente de punta; gafas de pasta, tal vez sólo para leer, que una vez fuera de su rostro, mostraban unos ojos almendrados, del color de la canción de Fito y Fitipaldis.

Pasé unos segundos, que añadidos a los anteriores de la espera ante la puerta, se hicieron interminables, contemplando su belleza, sin emitir sonido alguno. Su mirada duró unos instantes muy breves, bajando de nuevo su cabeza para continuar leyendo el manuscrito. Mientras leía, y yo permanecía alelado frente a ella sin pronunciar palabra, me espetó en un perfecto castellano: "¿En qué puedo atenderle?".

-Buenas tardes, tengo una cita con usted para realizar una prueba de nivel para un curso de italiano, contesté de carrerilla, sin mirarla a los ojos y casi sin respirar.

-Ah, así que es usted el cirujano madrileño divorciado ... Muy bien, muy bien, venga conmigo y hablaremos mejor en el aula de audiciones.

Mientras seguía hipnotizado la cadencia rotunda del movimiento de sus caderas me preguntaba como diantre sabía esta chica que yo era cirujano y que yo estaba divorciado, cosa que por otro lado, era inexacta, pues en realidad estaba separado. No es que tuviera un especial celo por mi vida privada, pero el hecho de que fuera una mujer tan hermosa la que me inquiriera de esa manera me llenaba de una especial intranquilidad.El aula de audiciones era toda de madera, bastante destartalada, con los techos altos, artísticos y con aspecto de ser calurosa en verano y gélida en invierno. En aquel otoño lluvioso en que nos hallábamos, un ligero frescor invitaba a seguir con la chaqueta, a pesar de aquel sudor cálido que todavía recorría mi espalda.

Helena se sentó en la mesa, con las piernas cruzadas, ligeramente inclinada hacia adelante. Yo me senté enfrente, en una silla parecida a aquellas que teníamos en la facultad, tan universales, con un apoyabrazos y un soporte para los apuntes en madera lacada, llena de mensajes escritos a bolígrafo, con todo tipo de grafías y mensajes, más o menos explícitos, más o menos inspirados.

Pasamos un buen rato charlando, desde un principio animadamente, sin entrar en detalles en nuestras vidas, manteniendo mi intriga después de haberme dado una pincelada aguda que mostraba que sabía más de lo que parecía de mi vida: "Ah, así que es usted el cirujano madrileño divorciado".

Las preguntas que me hacía y mis respuestas, en general escuetas y bastante pobres, llenaron finalmente los doce minutos que estaba previsto durara la pruebas de nivel. Al finalizar la misma, nos saludamos esbozando una sonrisa y nos dimos con firmeza la mano.

-¿Cuándo conoceré el resultado de la prueba?, pregunte antes de despedirme.

-Por mí se lo puedo decir ya. Va a pasar usted al nivel B1, y en seis meses, podrá irse a Italia a trabajar sin problemas, contestó.

Esta respuesta, aparentemente inocente, me dejó pensativo durante segundos, hasta que me decidí y contesté:

-Perdone, pero yo sólo quería ampliar mis conocimientos y conocer gente distinta, no voy a trabajar en Italia.

Helena, con una mirada más enigmática si cabe, me volvió a sonreír, cogió la carpeta con el manuscrito que había estado leyendo previamente, se despidió cortésmente y dio media vuelta con dirección a su despacho.

Todavía algo trastornado, decidí marcharme e ir a comprar los textos necesarios para comenzar el curso. Atravesé el hall interior y me encaminé hacia las escaleras. La puerta del despacho número 1 permanecía aún entreabierta, y se oía un rumor de papeles antiguos que eran manipulados delicadamente. Cuando estaba a punto de salir por la puerta de manera que se abría al final de las escaleras, inconscientemente, miré hacia atrás.

Allí se encontraba Helena, con el manuscrito sobre su pecho, las gafas sobre el pelo y los ojos muy abiertos. Me miró, sonrió y levantó levemente su jersey, mostrándome su ombligo y, unos centímetros a la derecha, un pequeña cicatriz. Sin dejar que la sonrisa decayera, preguntó:

- ¿Tan mala memoria tiene, doctor?

5 comentarios:

  1. Dulce, misterioso, que entra con ritmo pausado despertando el interés, esperando mas datos, más palabras bien puestas....
    Una entrada esencialmente mágica.
    Una sonrisa

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  2. Vaya... Helena es fascinante y tu la describes de manera magistral estimulando mí lado masculino. La intriga crece.

    Besos.

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  3. Me encantó la vuelta de tuerca al final. Marvillosamente logrado. Me hiciste sonreír.

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  4. Ilia, Anónimo, Lucy y Andre: insisto, esto es sólo el principio...

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