martes, 22 de septiembre de 2009

LA CALLE MOJADA

Las gotas habían aumentado de tamaño, comenzaba a arreciar la lluvia. La tarde había comenzado dubitativa, pero el cielo parecía querer cambiar las tornas, después de una canícula abrasadora de dos meses interminables. Por eso y por otros motivos que tal vez más adelante desvele, decidí continuar con mi caminata, aun a riesgo de caer presa de los virus estacionales que se reproducían por doquier.

El aire estaba cambiando, lo llevaba haciendo ya desde muy temprano, nada más comenzar a clarear. Los animales lo notaban, con un canto alegre, transmitido de un modo diferente por la humedad del ambiente.

Los conductos de mi respiración parecían abrirse, dilatados por ese aire pasado por agua. Esta respiración facilitada, este intercambio gaseoso optimizado hizo que mi marcha se hiciera dinámica, por momentos agresiva, y mis pasos me llevaron a la esquina del gran puente de los suicidas. Menudo nombrecito el del puente, recuerdo de una época de caída trágicas de gentes desesperadas, truncadas por un ayuntamiento más sensible a la estética que a la ética.

Frente a mí se abría la calle grande de otros siglos, de carroza, caballo y abanico. Los coches, en teoría proscritos por estos lares, subían y bajaban ignorando los edificios y monumentos que dejaban a ambos lados de su camino, más pendientes de pasar el último semáforo en ámbar que de las maravillas que crecían en ambas aceras, sin prestar siquiera atención a aquellas rubias que se inmortalizaban mutuamente con pelo rubio, ombligo y minifalda, indumentaria más propia del calor irradiado por la piedra granítica de un Agosto en la villa y corte que de una tarde pre-otoñal como ésta.

Piedra a un lado y otro de la calle, también en el suelo, aunque ésta era nueva en los lado y sepultada por petróleo sólido en su parte central, ahogando el adoquín y la losa de otras épocas. Grupo de bicicletas, plegables de ciudad, montadas por esforzados turistas subían dificultosamente la mínima pendiente que llevaba al Sol, tratando de no ser arrollados por los constantes vehículos y de no caer por culpa del suelo resbaladizo, preludio de una estación distinta. Piedra recalentada por los meses de infierno de esta villa barroca aunque austera, que parecía revivir gracias a las manchas de humedad de sus esquinas.

Doblé definitivamente la esquina, una vez vencida la duda, en el fondo inexistente, de cual era el destino que me había traído a estos lugares históricos, tan llenos de recuerdos, de rescoldos de llantos, de sangre derramada, de besos furtivos al abrigo de una capa y una farola caroliana. Istituto Italiano di Cultura, Palacio de Abrantes, Torre de los Lujanes, Pavía...

Tal vez la historia más importante de mi vida.

3 comentarios:

  1. Y lo dejas así sin acabar?

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  2. Vamos Nuareg, queremos saberla!! Por mi devoción a todo lo que tenga que ver con Italia, ya el final me deja una intriga extra, así que por favor no demores en contarla...

    beso grande!!

    Muack

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  3. No sé muy bien cuando habrá nuevas entregas, sólo os puedo decir que la historia será larga ...

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