domingo, 5 de julio de 2009

101

Entrada 101.
Es como un principio, después de haber empezado algo hace 100 unidades de algo que no se sabe bien lo que es. Es verano y, aunque sea la estación alegre por antonomasia, en esta ocasión se ha despertado en mí un sentimiento de abandono, de falta de algo, de melancolía.
Muchas veces pienso que esto del blog es como una especie de lotería que me ha tocado en la vida. Nunca me habían llamado especialmente la atención, y jamás pensé que pudiera llegar a abrir uno, pero han pasado 100 momentos y aquí sigo. En esta ocasión me va a servir para escribir sobre algo que llevo dentro de mí desde hace ya varios años y que es muy mío, es de mi vida y sólo de mi vida, aunque las vidas de los que me quieren se hayan visto afectados de una manera similar a la mía.
Sabéis que soy médico, que me gano la vida con eso. En el fondo creo que soy un pobre médico de pueblo (J XXIII quería ser un pobre cura de pueblo, él seguro que sabía por qué), pero como la vida da muchas vueltas y de algo hay que vivir, me hice anestesista.
Aunque la gente no lo sepa muy bien, nosotros, los anestesistas, vivimos muy de cerca las enfermedades de la gente, sobre todo las más serias y graves, y conocemos con bastante detalle los modos de diagnóstico y tratamiento de muchas de ellas. Convivimos con el cáncer más que muchos otros médicos de otras especialidades tal vez más reconocidas. Y es el cáncer el comienzo de esta historia ...
La música italiana suena en la habitación, me inspira y me llega, como le llegaba a él. Escuchando, escribo y recuerdo momentos de dolor, de gran dolor para mí, de pena profunda que, siendo rememorados dejan un poso melancolía e incluso remordimientos por no haber evitado lo que de todos modos debía de ser inexorable.
Era Junio, mes de cierta holganza, días largos y calor incipiente en las calles.
-¿Qué tal estáis?
-Bien, muy bien por aquí.
-¿Hace bueno?
-Sí muy bueno, estamos pasando unos días muy buenos.
-¿Qué pasa, te noto rara?
-Nada, nada, bueno, es que Papá se ha desmayado esta mañana, pero ahora está bien.
Fueron al médico, por indicación mía. Resultado, anemia importante, visita a urgencias, transfusión sanguínea, viaje a la playa a recogerles y de vuelta a Madrid. Comienzo a hacer gestiones, con el diagnóstico hecho en la cabeza, para ver que es lo que pasa.
Endoscopia alta, todo normal. Colonoscopia, lesión con mala pinta, quirúrgica, ya.
Conociendo como era mi padre, sabía que con el cirujano la relación iba a ser buena. "El hijo del maestro nunca es aprendiz". Mucho cariño por parte del cirujano, con quien yo había tenido en el pasado algún que otro enfrentamiento, pero que luego lo dio todo por mi padre.
Llega el día de la intervención. Bajo las escaleras con el amigo que le iba a anestesiar y nos encontramos con el cirujano. Le veo y sé que algo va a ir mal. "Nos vemos en quirófano", dice.
-Respira hondo, que te vas a dormir.
Agarro su mano y cae en un plácido sueño. El respirador es conectado y las constantes aparecen cadenciosas en el monitor. El cirujano entra de nuevo en el quirófano, me mira, me llama y me dice: "¿Has visto el TAC?. "No", contesto. "Tiene LOES hepáticas".
Esa frase fue para mi como la muerte de una parte de la vida que me lo había dado todo, que me había ayudado a llegar hasta donde estaba. Salí a un pasillo, intentado no llorar, hablé con mi amigo y pensé que lo había sabido desde que vi el primer análisis después del mareo.
La cirugía acabó y mi padre comenzó a despertarse. Fue un mal sueño. Despertó con un "Ay Dios mío", repetitivo, que me torturó durante meses. Creo que aún lo sigue haciendo cuando lo recuerdo. Era como si su subconsciente supiera la verdad, una verdad terrible y cruel.
Había terminado la operación y tenía que enfrentarme a la realidad, al trago de contárselo a mi familia. No podía. Le pedí al cirujano que lo hiciera por mí y luego mi madre y yo lloramos juntos.
La operación fue fenomenal, con un postoperatorio de libro. Cambiamos las vacaciones para poder estar ahí. Mi padre se recuperó muy bien, pero teníamos una cita pendiente con el cirujano en la que debía contarle que las cosas habían ido bien, pero no del todo.
"¿Quieres contárselo tú?, me dijo el cirujano. "No", contesté yo. Creo que es demasiado para un hijo médico que sabe lo que viene después.
"Bueno, tenemos que hablar de lo tuyo", y comenzó a explicarle lo que tenía con más cariño del que pueda imaginar. Aunque tenga sus cosas, que yo sé que las tiene, personas como él hacer más grande mi profesión.
Luego vino el contárselo a la familia de fuera, a los amigos, y fue como morir de nuevo de dolor, intentando ser fuerte para no hacerles sufrir lo que yo estaba sufriendo. La realidad es que no había esperanza y durante unos meses viví d unas estadísticas vistas desde la parte de una botella medio vacía que en realidad estaba vacía del todo.
Durante meses me torturé por no haber podido detectar ese cansancio extraño que no parecía nada más que el estar raro después de la jubilación. Nunca sabré que habría pasado, si la suerte estaba hechada y si su tiempo había terminado de todos modos.
Llegó el día de colocar el porta-cath, después de haber hablado con un oncólogo con el que nunca llegó a conectar ("Este tío no es como el cirujano, este tío no cura a nadie"). "Yo te llevo, Papá, y te acompaño al quirófano, que es con local y no tardan nada".
Llegamos al quirófano y comienza la operación, sencilla como había dicho. Todo iba bien, aparentemente, pero una mano se movía bajo los paños. Era la mano sufriente de mi padre, que pedía a gritos ser apretada. Así lo hice y de nuevo lloré en silencio en mi interior. De nuevo sufrimiento y dolor, en el momento menos pensado.
Siguieron unos meses duros de quimioterapia, al principio llevaderos, pero luego frustrantes y finalmente fracasados e interrumpidos por el deterioro generalizado. Luego siguieron muchas lágrimas en soledad, algunas en compañía de gente buena que me decía que tenía que ser fuerte.
A mi churri le contaba todo y me miraba apenada. "Lo peor está por llegar", le decía. Ella no me creía, pero terminó dándose cuenta de que tenía razón cuando, después de unos días sin subir a casa de mis padres, pues se quedaba con los niños, estrechó la mano adelgazada de mi padre y tuvo que hacer esfuerzos por no llorar.
Saber es muy malo, la ignorancia es la amiga del enfermo de cáncer.
Las cosas se estaban poniendo muy mal y llegó la hora del desenlace. La noche anterior la pasé durmiendo en la que había sido mi casa hasta que me casé. Decidimos ir al hospital el día siguiente, que era domingo por la mañana. Mi padre estaba muy mal, A los dos días, en paz, sedado con todo el amor que le podíamos dar, entregó su alma a Dios y nos dejó solos.
Y pasó el tiempo, y cada día me sigo acordando de él, porque mucho de lo que soy a él se lo debo.
Y no sé porque he escrito todo esto, que a nadie le importa. Parece que este blog haya sido creado para escribir esto, y es curioso que tenga que ser en la entrada 101. No va a ser la última, sino la primera de la segunda centena. Mi padre sigue en mí y espero seguir yo en él por siempre. Me lo dio todo y quiero seguir recibiendo de él su ayuda, su amor y sus besos en la noche, mientras duermo.
El amor que supera la muerte es amor verdadero.

PD: Luego vino el entierro, el funeral, las llamadas y los abrazos y besos de gente buena, de amigos suyos y míos. Paradójicamente, mucha vida salió de su muerte y algunos amigos volvieron a estar junto a mí después de mucho tiempo, y siguen ahí, y es que la vida y la muerte están más unidas de lo que nos creemos.

11 comentarios:

  1. me duele tu dolor, aunque seguro que no de la misma forma. curiosa relación con nuestro blog, donde volcamos emociones, impresiones, rabias y frustraciones no sé si a partes iguales.
    Ese apretarle la mano bajo los paños...me partió y emocionó casi al mismo tiempo.
    Me parece una hermosa entrada llena de valentía y amor.
    Una sonrisa

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  2. No puedo parar de llorar. Cada palabra tuya iba haciendo un nudito en mi garganta y ahora, sobre el final ya no me contengo.

    No es justo que digas que a nadie le importaba tu relato. A mi me importó y a mi me puso en contacto con mucho de lo que pienso cuando veo a mi mamá achacada por enfermedades que van y vienen.Hasta que una venga y decida quedarse.


    Es hermosa tu frase final, en la posdata.Te agradezco por ese toque de esperanza.

    Beso y un abrazo enorme!!!!

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  3. Es muy cierto que saber es una especie de condena. En algunos casos, la ignorancia es la mejor compañera. Sin embargo, creo que aquí también está en juego la cultura de la muerte que tenemos los occidentales. Es tan triste que lleva a la desesperación. Por supuesto que no podemos extirparnos el dolor de perder a un ser querido pero nos hace falta lograr y trasmitir paz por el bien de todos, especialmente del que nos está dejando, para que su tiempo final en esta etapa sea lo más feliz posible.
    Ese amor al que hacés referencia al final del post es la clave. El amor y saber, más que cualquier diagnóstico, que la muerte es parte de la vida.
    Un abrazo virtual para vos.

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  4. Me emocionan vuestros comentarios, sólo quiero decir eso, pues ya dije todo en el post.

    Muchos besos

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  5. Es sano emocionarse...hay gente que ya perdió esa capacidad. Tenés que estar orgulloso!

    Beso grande!

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  6. Siempre he pretendido dejar la puerta abierta a la esperanza, y para ello es bueno enfrentarse a lo que nos viene de cara, como tú haces, Blonda.

    Besos

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  7. No había escrito antes, pero había leido tu post hace unos días. Sin embargo tuve que asimilarlo, y sentirlo. Yo, que tanto pavor tengo a escribir abiertamente sobre mis intimidades (y siempre lo hago disfrazado de cuento o poema), me ha parecido que tú que lo has hecho, has mostrado algo bello, delicado y generoso.
    Enhorabuena por tu blog, que disfrutas enormemente y que nos hace disfrutar y sentir a nosotros.

    Un besico.
    Reanimator.

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  8. Yo también tengo pavor a escribir de mis intimidades, pero esto es algo que estaba destinado a quedar plasmado negro sobre blanco. Lo leo a toro pasado y creo que ha sido tal vez demasiado crudo y directo, aunque las cosas son como son, nunca como nos imaginamos, y hay que vivirlas para saber como son.

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  9. Lo leí hace algún tiempo y estuve a punto de contestar. Agradezco mucho la invitación a leerlo. Me das la posibilidad de decirte lo que quería decir.
    Voy a ser dura con cariño ¿Vale?

    Las cosas pasan por que tienen que pasar. Las varitas mágicas no existen. Ser médico no es ser Dios y los padres se van todos, incluso los de los médicos.
    El sentirte de alguna forma culpable, te impide los recuerdos gratos e incluso los ingratos.Los años que has vivido con él, se quedan escondidos y ocultados por el sentimiento de culpabilidad. No lo hagas. Tienes - para mí - una de las profesiones más bonitas, que no es desde mi punto de vista la de salvar vidas. Es para vivir un poco mejor y llevar las enfermedades o contratiempos con confianza en gente como tú.

    Cuando he entrado en un quirófano, siempre le he dicho al anestesista. Si algo pasa no es tu culpa y a mi familia les he pedido que si algo pasaba no buscaran culpable e intentaran sacar dinero de la tristeza. Nadie en tu profesión hace daño queriendo.

    Nuareg, como soy mayor que tu, te pediría algo. Con la música de fondo que pongas, piensa en él no como médico, como hijo que se ha quedado huérfano de padre, nada más. Verás que llanto más gratificante.

    Un beso y un abrazo

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  10. Te agradezo tus palabras y tu ánimo y, sí, siempre me he considerado huérfano como hijo, no como médico y cada día que pasa el llanto va dejando paso al sabor dulce de los buenos recuerdos, aunque también creo que la ausencia es un sentimiento imposible de borrar.

    Besos

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  11. De vez en cuando y aunque pasen muchos años, saltará la espoleta de los recuerdos convertida en llanto. Es importante y bonito. No olvides que hay hijos que odian a sus padres y padres que odian a sus hijos. No es nuestro caso, es de agradecer ¿ No te parece?

    Te cuento un pequeño secreto. Mi padre era extranjero (italia) y era un enamorado de Machín ( risas) Me traje toda la colección de LP que tenía y estaba guardada. Los reyes me han traido este año un tocadiscos como los de antes. ¿ Sabes con qué lo estrené? Te lo imaginas ¿ Verdad? Es curioso, bailaba mucho con mi padre y sin embargo cuando escuché el Dos Gardenías, la cabeza se me fue a cuando era pequeña y me cogía en brazos para bailarla.
    Me veía allí en sus brazos, recordando y no lloré, simplemente, lo disfruté. Y no la bailé por toda la casa, por las muletas, pero en cuanto esté bien, danzaré en su honor.

    Habla con - ¿Cuantos niños tienes?- ellos del abuelito aunque sean pequeños, les encantará y el dolor se suaviza bastante.
    Mis hijas son mayores y casi no le conocieron, así y todo le conocen muy bien.

    Besos

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